¿Tiene futuro el vino frente al auge de bebidas alternativas?

El consumo mundial de vino ha experimentado una caída importante en los últimos años, según un informe de Gordon Brothers. Entre 2017 y 2024, el consumo global descendió de 245 millones de hectolitros a 214,2 millones, la cifra más baja desde 1961. En Estados Unidos, se prevé que el consumo disminuya un 7,2% en volumen y un 6,3% en ventas para 2024. Este descenso afecta tanto a productores como a empresas vinculadas al sector, que deben adaptarse a un entorno cada vez más complejo.

Los productores de vino se enfrentan a varios problemas. El aumento de los costes de producción —incluyendo mano de obra, agua y barricas— se suma a unos niveles elevados de inventario y márgenes más bajos. Además, las políticas arancelarias han complicado la situación. Estados Unidos aplica un arancel del 15% a los vinos importados desde la Unión Europea y del 10% para los procedentes de Australia y Argentina. Los vinos sudafricanos soportan un arancel del 30%. Por otro lado, la imposición de aranceles por parte de China a los vinos australianos entre marzo de 2021 y marzo de 2024 provocó una caída drástica en las exportaciones australianas hacia ese país.

La respuesta del sector ha sido contundente. Se están arrancando viñedos en distintas regiones del mundo, con una pérdida neta de 20.000 acres en el último año solo en California. En Australia y Nueva Zelanda, muchos productores están optando por sustituir las vides por cultivos alternativos como almendros o avena para intentar equilibrar la oferta y mantener la integridad del mercado.

El cambio en los hábitos de consumo es uno de los factores principales detrás de esta tendencia. A nivel mundial, las personas beben menos alcohol y buscan alternativas como bebidas energéticas o productos con infusión de cáñamo. En Estados Unidos, una encuesta realizada por Gallup en julio mostró que el consumo de alcohol está en su nivel más bajo en noventa años. Las preocupaciones por la salud y el precio influyen en esta reducción. Aunque el gobierno estadounidense parecía dispuesto a reducir la recomendación diaria máxima de consumo de alcohol, finalmente no se modificó la guía oficial este año. Sin embargo, asociaciones médicas y grupos sanitarios continúan advirtiendo sobre los riesgos del consumo excesivo.

El descenso es especialmente acusado entre los jóvenes. Solo el 16% de los consumidores estadounidenses entre 21 y 34 años afirma que llevaría vino a una fiesta, frente al 58% entre mayores de 65 años. En Canadá y la Unión Europea también se observa una bajada notable entre los menores de 25 años. En Australia, uno de cada cinco jóvenes entre 18 y 24 años consume alcohol menos de una vez al mes, una proporción mayor que hace dos décadas.

En Nueva Zelanda, el consumo ha bajado en todas las categorías: cerveza, vino y licores. El auge de bebidas listas para tomar (RTD), como cócteles en lata o hard seltzers, está desplazando al vino entre los consumidores más jóvenes debido a su formato controlado y su imagen más ligera.

El cambio en las preferencias también afecta al tipo de vino consumido. Muchos consumidores optan ahora por vinos con menor graduación alcohólica o variedades más ligeras como el pinot noir. Esto ha llevado a algunos productores australianos a arrancar viñas antiguas para plantar otras variedades que respondan mejor a la demanda actual.

El exceso de inventario es otro problema relevante. En Estados Unidos, el valor del inventario pasó de algo más de 18.000 millones de dólares a casi 24.000 millones entre principios de 2021 y otoño de 2024. Por cada cien dólares vendidos en vino, hay ciento sesenta y cinco dólares almacenados sin vender. El exceso afecta especialmente a regiones productoras como Washington, California u Oregón. Los precios del vino a granel han caído notablemente; en California han pasado de treinta o cuarenta dólares por galón a solo diez o quince dólares.

En Europa también se han tomado medidas drásticas para reducir el excedente. Francia destinó más de doscientos millones de euros para destruir inventario sobrante y otros cincuenta y siete millones para arrancar viñas en Burdeos.

Los costes asociados al cambio climático agravan la situación. Sequías e incendios han reducido las cosechas en Estados Unidos y Australia; las altas temperaturas afectan especialmente a zonas productoras europeas reconocidas por su calidad. El precio del agua sube y muchos agricultores consideran abandonar sus viñedos ante la falta de rentabilidad.

La escasez de mano de obra es otro obstáculo importante para el sector vitivinícola mundial. Casi la mitad de los productores afirman haber tenido dificultades para encontrar personal cualificado recientemente; las restricciones migratorias complican aún más este problema.

Las consecuencias económicas son claras: muchas bodegas recurren a promociones para dar salida al stock acumulado; esto reduce aún más los precios e impacta negativamente sobre el valor del inventario utilizado como garantía financiera ante bancos o prestamistas. El aumento del número de quiebras empresariales ha impulsado procesos de fusión y adquisición; actualmente las grandes empresas concentran cerca del cuarenta por ciento del negocio mundial del vino.

Las políticas arancelarias también influyen sobre las decisiones del consumidor final: los vinos nacionales ganan cuota frente a los importados debido al encarecimiento derivado de los aranceles aplicados por Estados Unidos o China.

La tendencia apunta a que continuará la reducción tanto del área cultivada como del volumen producido hasta que se restablezca cierto equilibrio entre oferta y demanda internacionalmente. Mientras tanto, muchos productores buscan alternativas agrícolas o reestructuran sus negocios para adaptarse al nuevo escenario económico y social que atraviesa el sector vitivinícola mundial.