El impacto real de los aranceles en el vino español y la exageración mediática

La historia demuestra que el proteccionismo comercial es una práctica habitual, no una excepción

José Peñín

Viernes 02 de Mayo de 2025

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Vivimos tiempos de tremendismo. Da la impresión de que el 20 por ciento de aranceles por parte de Trump supone un cataclismo para el comercio mundial. Todo esto lo sabemos por la prensa. Siempre nos queda la duda de la información a la búsqueda del titular enfático que venda más, sobre todo de noticias negativas o, al menos tendenciosas, ya que es más barato que hacer un periodismo de investigación. Seguimos con la célebre frase "no hagas que la verdad se cargue el reportaje".  No sé por qué tanta algarabía arancelaria cuando llevamos dos años de subidas de precios de casi todo y la sangre no llegó al rio.

Antes que nada, hay que explicar que el arancel no lo paga la bodega sino el importador según cita Adolfo Gatell, director general de la Guía Peñin, experto en gestión empresarial y ducho en márquetin y comercio exterior en su artículo "No hagamos que el arancel sea cero" donde desgrana la cadena impositiva desde la bodega a la tienda americana. Un comprador español paga para un vino de Rioja, por ejemplo, un IVA del 21 por ciento más gastos de transporte al distribuidor. Ese mismo vino en los Estados Unidos se exporta al precio CIF (mercancía + seguros + fletes) pero no paga el IVA. Incluso se puede dar el caso de que el vino al precio bodega (ex bodega) lo rebaje algo para la exportación.

Hoy los intereses más poderosos de los países del primer mundo están desperdigados por todo el planeta con la deslocalización para reducir costos. Como me imagino que los asesores de Trump no son tontos y lo deben saber, pienso que solo debe ser una bravata de presión muy al estilo de los empresarios para lograr un reajuste ordinario de los aranceles que, en gran medida, pasaría inadvertido para el gran público. Sobre lo que se habla del 200% tendré que verlo para creerlo. Como todos sabemos, Trump es un usuario de las redes sociales y como tal su discurso se asemeja a los influencers por sus frágiles rotundidades. Una forma de comunicar de esos nuevos colectivos que aceptamos sin remedio, pero no de un político y además con cerebro de empresario (de los de antes).

Esto de los aranceles me traslada al pasado proteccionista del franquismo como algo viejuno. Los aranceles han sido de toda vida la herramienta de los países para proteger sus intereses comerciales. Desde la Revolución Industrial es un hecho. Hoy, en un mercado global, esta medida, sobre todo implantada por los americanos, no tiene lógica cuando es el país que más ha practicado la fórmula de la deslocalización, expandiendo sus fábricas por todo el mundo.

Se habla poco de los aranceles que impone la UE a productos americanos. Me cuesta reconocer que el César yanki tiene razón cuando Europa imponía fuertes aranceles a las importaciones de EE.UU. Al viejo mundo le ha interesado mucho más vender a los americanos porque son los mejores compradores del planeta. Era normal cuando comprábamos ropa americana de marca en nuestros viajes a Nueva York porque era más barata que en España. Los lujosos vehículos tipo furgonetas de transporte de pasajeros que vemos en las películas americanas proporcionalmente más baratos que los europeos, apenas se ven en la UE, gran parte debido a los aranceles europeos.

Antes de ingresar España en la Comunidad Europea, cuando se trataba de importar algo que ya producíamos nosotros como el vino, se cargaban aranceles de más del 100%. Los que somos más mayores estábamos acostumbrados a que todo lo que venía de fuera era muy caro e incluso imposible de adquirir. Era prohibitivo comprar vino francés de calidad. En los años 70 henchidos de patrioterismo, se decía que los vinos franceses eran inferiores a los nuestros. Era verdad, porque lo que se traía a España eran los vinos más baratos y simplones, pero eran los únicos asequibles aquí, como única representación de nuestros vecinos del norte. Yo mismo importé vinos mediocres franceses en los años 70, más por el prestigio de ser francés que por la calidad de sus marcas.

Nuestros próximos competidores

Nos hemos olvidado de los aranceles del 25% en el vino que implantó Trump en su primera legislatura y que se solucionó en parte repartiendo costes entre la bodega, el importador, el distribuidor y el minorista. Gatell cuenta en este otro artículo titulado "Estados Unidos, vino sin aranceles" lo que ocurrió con aquel arancel. No creo que en esta ocasión no se produzca lo mismo, incluso -¿Por qué no?-  en los fletes.  Este hecho pondrá a prueba las diferentes estrategias de la bodega para amortiguar la subida porque la tormenta arancelaria americana les cae también a nuestros competidores europeos y, por lo tanto, también se pondrán las pilas.

Nuestros auténticos rivales serán aquellos países cuyos aranceles para exportar a los EE.UU. sean menores. En este caso, los de América Latina, Australia y Nueva Zelanda, a quienes solo les suben un 10 por ciento. Una diferencia que no creo que vaya a suponer un boom comercial para estos vinos porque las marcas europeas no van a perder sobremanera su histórico plus de prestigio. Suponiendo improbablemente que los costes de los aranceles no se repartieran entre la bodega y los intermediarios como citaba antes, los famosos "10 dólares" botella supondría 12 dólares, que el poderoso consumidor americano es más capaz de absorber que los de cualquier otro país. A los vinos de alta gama y con precios más elevados, el impacto de los aranceles obviamente no será tan dramático porque van dirigidos a un segmento de consumidores de mayor poder económico y esa diferencia no les va a afectar tanto como a los compradores de supermercado. En cuanto a los vinos americanos, a pesar de la carga fiscal a los vinos extranjeros, aún siguen siendo más caros y además ellos se lo beben todo o casi. Es posible que esto de los aranceles beneficie algo más a los vinos de culto americanos mientras que la gama baja de vinos importados de Europa todavía seguirían siendo algo más baratos que sus homónimos del país de las barras y estrellas y eso que muchas marcas americanas de supermercado llevan vino español o italiano mezclado con los suyos.

Así pues, los bodegueros españoles tienen que tirar de imaginación para no perder el mercado americano aunque no ganen un céntimo. Todo ello suponiendo que estos aranceles, como en otras ocasiones ha ocurrido en el mundo, sean coyunturales. Hay que evitar el abandonismo exportador porque si por estos impuestos perdemos al importador, será muy difícil recuperarlo cuando bajen. En estos tiempos de modernidad y talento no será raro que las D.O. reflexionen si merece la pena exportar los vinos de calidad a granel envasándolo en los EEUU con un control de origen en el embotellado.  Ya lo he dicho alguna vez, el embotellado en destino también les llegará a los vinos de calidad. Así nos ahorramos el peso en el transporte, los impuestos al vidrio, tapones, capsulas e incluso al cartón de las cajas.

José Peñín
Posiblemente el periodista y escritor de vinos más prolífico en habla hispana.
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