La ciencia detrás de la resaca y las estrategias para reducir su impacto

Martes 30 de Diciembre de 2025

No hay curas milagro y sí recomendaciones respaldadas por estudios

La resaca no es un castigo moral ni un misterio: es un conjunto de síntomas físicos y mentales que aparecen cuando, tras una ingesta alta de alcohol, la alcoholemia vuelve a cero y el organismo se queda con el trabajo hecho a medias. El alcohol altera el equilibrio de agua y sales, irrita el estómago, empeora el sueño y activa mecanismos inflamatorios; además, al metabolizarse en el hígado genera acetaldehído, un compuesto más tóxico que el etanol, asociado a náuseas, cefalea y malestar. La intensidad varía entre personas, pero el factor que más pesa es la cantidad total de alcohol ingerida. También influye el tipo de bebida: las que contienen más congéneres —sustancias que acompañan al alcohol en la fermentación y destilación, presentes en mayor proporción en bebidas oscuras y en algunos vinos— suelen dejar peor mañana que destilados claros y más purificados, aunque ninguna opción es inocua si se bebe de más.

La manera más eficaz de evitar una resaca sigue siendo beber poco o no beber, y hay grupos en los que el alcohol está desaconsejado sin matices, como menores, embarazadas, personas con enfermedades hepáticas o determinadas patologías, o quien vaya a conducir. A partir de ahí, si un adulto sano sabe que se va a alargar la noche, la evidencia apunta a varias medidas sencillas que reducen el daño y hacen el día siguiente más llevadero. La primera empieza antes del primer brindis: no conviene beber con el estómago vacío porque la comida retrasa el vaciado gástrico y frena la velocidad a la que el alcohol llega al intestino, donde se absorbe con más rapidez. Una cena normal, con hidratos de carbono, algo de grasa y proteína y fibra, suele ayudar más que cualquier truco de última hora. Llegar bien hidratado también suma, porque el alcohol favorece la diuresis y con ella la pérdida de agua y electrolitos; empezar la noche ya "seco" es una mala idea. Dormir bien la noche anterior no impide la resaca, pero amortigua parte de la sensación de agotamiento que suele acompañarla.

Durante la celebración, el punto básico es el ritmo. El hígado procesa alcohol a una velocidad limitada; si se bebe más rápido de lo que el cuerpo puede metabolizar, el alcohol se acumula y sube el pico de intoxicación, que suele traducirse en peor resaca. Por eso funciona algo tan poco glamuroso como espaciar las consumiciones y evitar los "chupitos" encadenados. Intercalar agua entre bebidas alcohólicas es otra medida útil: mejora la hidratación, obliga a bajar el ritmo y, de paso, ayuda a beber menos alcohol total. También conviene desconfiar de los combinados muy azucarados o de las bebidas energéticas. El azúcar puede facilitar que se beba más deprisa y, en algunas condiciones, acelerar la absorción; la cafeína, por su parte, puede hacer que alguien se perciba menos afectado de lo que está, además de irritar el estómago y complicar el descanso. Sobre el viejo mito de "no mezclar" o del orden de la bebida, los ensayos controlados no han hallado diferencias claras: lo que manda es cuánto alcohol se suma al final de la noche, no si antes hubo cerveza o después vino. Sí hay un hábito asociado a resacas peores: fumar mientras se bebe, probablemente por su efecto sobre la inflamación y el sueño. 

Al terminar, antes de acostarse, lo sensato es priorizar agua y, si se tolera, alguna bebida con sales o una sopa ligera. No se trata de "limpiar" el organismo a golpe de litros, sino de dar margen a la deshidratación que vendrá durante la noche. Y aquí hay un aviso importante: evitar el paracetamol cuando todavía puede quedar alcohol en el organismo, por el riesgo de daño hepático al combinarse ambas rutas de metabolización. Evita las pastillas, pero si al día siguiente hace falta un analgésico, porque los dolores son insoportables, suele preferirse un antiinflamatorio como ibuprofeno o ácido acetilsalicílico (aspirina), siempre con comida y con cautela si hay acidez o estómago sensible, porque estos fármacos también pueden irritar la mucosa gástrica ya tocada por el alcohol. Lo mejor, evitar medicamentos y dejar que el cuerpo se "repare" por si mismo ya que los medicamentos "enmascaran" las resacas, pero realmente las hacen más duraderas y pueden provocar más daño en el organismo a largo plazo.

La mañana siguiente, el tratamiento realista es de soporte: líquidos, sales, reposo y alimentos fáciles de tolerar. Comer poco y beber agua con frecuencia y añadir electrolitos si hay mucha sed, mareo o debilidad suele aliviar parte del dolor de cabeza y la sensación de "algodón". Si el estómago lo permite, algo de comida sencilla —tostadas integrales, fruta, un plátano por su aporte de potasio, o una sopa— ayuda a corregir la bajada de energía y a reducir temblores o flojera, compatibles con hipoglucemia en algunas personas. Para las náuseas, el jengibre cuenta con evidencia en distintos escenarios y puede tomarse en infusión. El café no cura la resaca ni acelera la eliminación del alcohol; como mucho, despeja un rato, pero puede empeorar la deshidratación y la acidez, así que conviene reservarlo para después de haber comido y bebido agua, y en poca cantidad si se nota el estómago revuelto. Tampoco es buena idea "arreglarlo" con otra copa: el alivio es transitorio y se paga más tarde, además de favorecer un patrón de consumo peligroso.

En el terreno de los suplementos, la literatura médica es bastante clara: no existe una cura total demostrada. Sí hay estudios con resultados prometedores para algunos extractos vegetales, como el de Opuntia ficus-indica (nopal), asociado a una reducción parcial de síntomas en ensayos controlados, probablemente por su efecto sobre la respuesta inflamatoria. Otros ingredientes que se venden como antiresaca, como la dihidromiricetina procedente de Hovenia dulcis o ciertos preparados de ginseng, tienen datos preliminares, pero no hay consenso clínico robusto ni garantías individuales. Con vitaminas del grupo B ocurre algo parecido: hay trabajos antiguos con dosis muy altas que no son una recomendación práctica, y lo más razonable es mantener una dieta suficiente en micronutrientes, sin esperar milagros.

La línea roja llega cuando la resaca deja de parecer una resaca. Vómitos persistentes que impiden beber, confusión marcada, somnolencia extrema, dolor abdominal intenso o dificultad para respirar son motivos para pedir ayuda sanitaria. Para lo demás, la ciencia no ofrece atajos: ofrece hábitos sencillos que reducen la intensidad del golpe, y un recordatorio incómodo en noches como Nochevieja, cuando la suma de copas pesa más que el tipo de brindis.