Viernes 05 de Junio de 2020
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Cleopatra, Nerón y Ptolomeo IV construyeron y mantuvieron gigantescos y lujosos barcos con los que realizaban ostentosas singladuras para impresionar a súbditos y rivales. Se dice que la nave de Ptolomeo, el "Thalamegos", medía 90 metros de largo y 13 de ancho, y albergaba un auténtico palacio flotante, con columnas de piedra y varias plantas que alcanzaban los 17 metros de altura.
Muchos barcos a lo largo de la historia han navegado cargados de encanto, estibando romanticismo a golpe de glamour o de vanidad. Sin embargo, la imagen que hoy compartimos con ustedes desde el Museo do Viño de Galicia –no tan remota, pero también ya histórica- guarda una belleza armónica y esperanzadora: la de la lucha del ingenio humano para arrancar el fruto de la naturaleza de sus más escarpadas pendientes, para encerrarlo después en una botella como un mensaje de calor y de esperanza. Un mensaje con la lucidez de lo que es único.
Esta instantánea -inédita hasta hoy- fue tomada por el fotógrafo ourensano José Rodriguez "Foplás" en los años 80 del siglo XX en la heroica Ribeira Sacra, donde las cepas escaladoras configuran un paisaje único. Desde la repoblación medieval de la "Rivoira sacra" la presión monacal por la explotación del terreno fue tal que cada ladera, cada despeñadero, recibieron un cultivo durante los siglos de los siglos, amén.
Por eso, desde los bancales, los racimos se recortan contra el cielo en una imagen única, en la que posiblemente sea la única vendimia fluvial del mundo: algunas viñas son tan inaccesibles, que hay que llegar a ellas en barca.
Un viñador acrobático me gritó un día desde un bancal que él era "hijo de una cabra y una cepa", mientras saltaba de piedra en piedra con la cesta en prodigioso equilibrio sobre la cabeza. Y lo creo. Poco antes de llegar a A Teixeira, un estrambótico cartel en medio de una viña advierte: "Los mandamientos del ribereño son cuatro: gancho, cuerda, cesto, saco".
El equilibrio de las canastas sobre la barca ancestral haría palidecer a un funambulista que tuviera que cruzar sobre el alambre los Cañones del Sil. No es de extrañar que esta tierra de vinos mágicos y paisajes de visita inexcusable opte a ser Patrimonio de la Humanidad. Sobre todo, si logran meter toda esa magia, como consiguen cada año con sus vinos, en cada botella de Ribeira Sacra.
Los próximos meses serán decisivos para que el 45 Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco valore la candidatura de la Ribeira Sacra. Vaya esta instantánea, reflejo de una práctica ancestral y única, como el granito de arena que aporta el Museo do Viño de Galicia para conseguir este logro. Salud, suerte y brindemos por ello.
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