Mariana Gil Juncal
Lunes 20 de Noviembre de 2023
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Con un consumo a nivel mundial que tiende cada vez más a menor cantidad con mayor calidad, los vinos frescos, sin crianza y bajos en alcohol están siendo una de las categorías más elegidas.
Es cierto que hace varios años atrás el crítico Robert Parker instauró la moda de que los mejores vinos del mundo tenían que tener una crianza en madera. Esos vinos se caracterizaban por tener poca acidez, bastante alcohol, aromas a fruta muy madura y una gran presencia de madera en aromas y sabores. En general, eran vinos con una sobreextracción y exceso de madurez, lo que daba por resultado vinos muy parecidos en todo el mundo sin ningún sello del terruño ni de la expresividad varietal.
Pero como todo cambia, hoy los vinos buscan ser el fiel reflejo del suelo, el clima y de la variedad con la que está elaborado cada vino. Por eso en esta búsqueda centrada en una vuelta al origen los vinos no abusan de extensas crianzas en pequeños recipientes, sino que ahora está mucho más a la moda elaborar vinos sin crianza en madera o en recipientes de madera sin tostar, de grandes volúmenes y muchos usos.
Esta tendencia de elaboración centrada más en el origen, sumada al impacto del cambio climático, llevó a los viticultores a buscar la forma de minimizar tanto cambio entre los ciclos de las vendimias. Así, hoy empiezan a reaparecer variedades de ciclo más largo que se adaptan a los climas más calurosos. Son uvas que se caracterizan por tener una maduración tardía y dar vida a vinos con menor grado y mayor acidez.
En este renacer de algunas variedades minoritarias, se están llevando a cabo proyectos de investigación dirigidos a recuperar y evaluar el potencial enológico de algunas uvas y es posible que algunas puedan resistir el cálido clima que se pronostica para los próximos años. Este tipo de variedades, en general, son exclusivas de terruños determinados, lo que potenciará el valor de cada vino elaborado con ellas.
Esta búsqueda hacia vinos más auténticos, con métodos tradicionales de elaboración valora más la presencia de la acidez que el alcohol para que la frescura sea la protagonista. Por eso hoy es vital la profundización en las labores en el viñedo que van desde los ajustes de los rendimientos de cada parcela según la variedad y la edad de la planta o las definiciones de los puntos de cosecha en pos de potenciar la frescura y las características organolépticas de cada uva. También, cada vez es más común que a nivel mundial las cosechan se vayan adelantando para lograr vinos más equilibrados y bajos en alcohol.
Entonces, con vinos cada vez menos alcohólicos la acidez se convierte en la auténtica vedette de esta historia. De hecho, seguramente han escuchado más de una vez que un vino sin acidez es un vino muerto. Ya que para los profesionales del vino la frescura es la parte positiva de la acidez. Aunque en tiempos de calentamiento global, la frescura cada vez es más escasa y valorada para lograr vinos equilibrados. Así, los viñedos en altitud se volvieron una verdadera apuesta para obtener vinos más frescos. Ya que la altura sobre el nivel del mar de una viña puede tener efectos positivos sobre el clima, la viticultura y la calidad del vino. Vale recordar que la temperatura desciende 1 grado cada 100 metros de ascenso lineal. Si a esto le agregamos que en la altura los suelos de las viñas son menos fértiles y menos profundos que los suelos de los valles, será allí más simple conseguir mejores balances de las plantas para elaborar vinos más ligeros.
En un mundo que claramente aprecia cada vez más los vinos frescos, vale recordar que no solo los blancos, rosados y espumosos pueden ser frescos y ligeros. En este renacer del vino, hay tintos que se alejan de la corpulencia y la sobremaduración y son más bien vinos bajos en alcohol y astringencia; con crianzas más sutiles y delicadas en pos de reflejar el alma de cada variedad y de cada lugar.
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