El vino y las plagas en Edgar Allan Poe

Escrito porLuis Congil

Lunes 06 de Abril de 2020

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"Había bufones, improvisadores, danzarines, músicos, lo bello en todas sus formas, y había vino. En el interior existía todo esto, además de la seguridad. Afuera, la «Muerte Roja»". Así comienza en 1842 Edgar  Allan Poe su magistral relato sobre la peste, identificando al vino con la atmósfera exquisita con que el príncipe Próspero había diseñado su refugio señorial, haciendo acopio de  "lo bello en todas sus formas", para luego soldar puertas y ventanas. Desde la lareira del Museo do Viño de Galicia vamos leer para ustedes, en clave enológica, esta joya de la narración  gótica.

No es de extrañar que el príncipe Próspero se abasteciera bien de vino para aliviar su confinamiento. En el universo atormentado y depresivo de Poe, el vino representaba la exquisitez europea en la Norteamérica provinciana de mediados del siglo XIX, anglosajona hasta la médula, y por lo tanto sumergida en la cultura de la cerveza y los destilados de grano. Poco antes, Thomas Jefferson,  tercer presidente de los Estados Unidos,  había intentado aclimatar variedades de vid europeas en su finca de Monticello (Virginia) y los vinos representaban en aquella sociedad del colt 45 el buen gusto y la evasión elegante.

Y precisamente la evasión es lo que representa el vino en "La máscara de la muerte roja", la narración breve de Poe que quizá mejor encarna el terror ciego e irracional hacia la muerte, hacia lo inexorable y lo desconocido representado por la peste. Miles de páginas y kilómetros de celuloide han sido inspirados por el estilo gótico de este cuento en el que, encerrados a cal y canto en un palacio italiano durante la peste, los nobles amigos de Próspero ven como la propia muerte en persona es lo único que puede vulnerar su confinamiento autoimpuesto entre el lujo, el vino y todos los placeres imaginables.

Es por ello que, aunque sólo se menciona en esa frase inicial, el vino estará siempre presente en el relato ya que se evoca al recalcar Poe que  "la abadía fue abastecida copiosamente" de todo lo necesario para el placer durante los meses de encierro.

Otra mención indirecta es la descripción cromática de las metáforas con que Poe pinta la atmósfera de la peste escarlata, que constitiyen una valiosa lección a seguir en cualquier sesión de cata:  la atmósfera escarlata y roja - cual caldo de burdeos-  está presente en las figuras literarias con que Poe quiere barnizar a la muerte. Así "los ventanales eran escarlata, de un intenso color de sangre", toda luz tiene toques bermejos y, finalmente, van  cayendo los alegres libertinos "por las salas de la orgía, inundados de un rocío sangriento".

Y si este relato de "La máscara de la muerte roja" es una magnífica herramienta para inspirar la descripción de la fase visual de un tinto, mención aparte merece otro relato de Poe, "El barril de amontillado".  Aunque no alude concretamente a una peste, también parte de una mascarada para describir un trágico y truculento suceso iniciado durante el carnaval italiano, y esta vez sí con el vino como protagonista estrella. Y con un vino español.

El barril de amontillado

Escrito en la etapa final de Poe, su publicación fue tres años anterior a la epidemia de cólera que asoló Orán en 1849, y que inspiró a Albert Camus su obra "La peste" , que nos ocupaba en nuestro artículo anterior. Señalado por muchos como el inicio del género del suspense, este cuento es un delirio claustrofóbico sobre el escenario de una venganza, en que el cebo para la víctima, Fortunato, es un barril de vino amontillado que pretende mostrarle Montresor en el rincón más oculto de una bodega.

El interés y la pretendida erudición como catador de Fortunato son el desencadenante de la acción.  "Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los 'millionaires´ ingleses y austríacos".  Con esta afirmación, indirectamente, Poe nos deja constancia de la importancia que los mercados centroeuropeos siempre tuvieron para las exportaciones de vino del sur del continente.

Este desprecio con que Fortunato es descrito por Montresor, víctima de una pasada humillación, no augura nada bueno sobre sus intenciones. Pese a que "en cuanto a vinos añejos, era sincero", dice Montresor,  "también yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos."

El nudo del relato es el viaje por las catacumbas del palazzo de Montresor con destino a la cata del amontillado. La acción continúa con acentuada claustrofobia hasta el explosivo final -agobiante final- y es una lectura muy aconsejable para degustar acompañada de cualquier vino generoso, especialmente, por supuesto, un vino amontillado, que nos alivie la tensión del suspense. Y es muy recomendable también, para apreciar las sutiles diferencias narrativas,  el visionado de la versión que el genial director español Narciso Ibáñez  Serrador realizó para  televisión bajo el título "El tonel" en "Historias para no dormir", de  TVE.

El amontillado es un vino de la zona de Jerez que se hizo muy famoso en Europa desde la edad moderna, elaborado con uva palomino bajo un velo de flor y con distintos grados de encabezamiento. Es un vino contundente y goloso, muy apto para aguantar el accidentado transporte durante la era preindustrial, y que alcanzó gran número de seguidores en la inglaterra victoriana. Por su profundidad y redondez, patés, quesos fuertes y carnes figuran entre sus recomendaciones de maridaje.

La uva palomino procedente de Jerez tuvo un gran predicamento en Galicia desde mediados del siglo XX, en la producción de blancos del Ribeiro, donde compitió y comió terreno a las autóctonas treixadura, lado y torrontés. Con este equilibrio hoy restablecido, la palomino ha dejado su huella en la historia de los vinos gallegos, y está reconocida en los reglamentos de la DO Ribeiro. Una uva presente así de norte a sur de la Península Ibérica, desde Jerez a Galicia, y de este a oeste del mundo, desde Italia a Baltimore,  al menos en la torturada y fértil imaginación de Edgar Allan Poe.

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