Mariana Gil Juncal
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Estas palabras conforman una de las más que célebres frases que seguramente han escuchado cientos de veces. Es una especie de máxima del mundo del vino que muchos desconocen su verdadero origen pero que varios repiten una y otra vez. Quizá la han escuchado al pasar en un restaurante en la esquina de sus casas, quizá en boca de algún elegante camarero de un bistró de lujoso hotel durante un viaje de negocios, por qué no estando de vacaciones en alguna playa de aguas cristalinas o quién sabe sonó en boca de alguien en el mejor restaurante de la ciudad. La escucharon en verano, otoño, invierno y me animo a afirmar que también en primavera. Es afamada en el hemisferio norte y sur. Muchos la repiten de este a oeste. Puede cambiar el contexto, el lugar, la compañía, pero ahí ella siempre está. Lo ideal sería explicar los beneficios de beber cada estilo de vino a la temperatura correcta para, básicamente, potenciar el disfrute, nuestro disfrute, el del vino. Así que les pido encarecidamente que destierren de su memoria esa frase tan grabada y acuñada desde tiempos inmemoriales. Se los pido por favor. Y si quieren también se los pido de rodillas.
Pero, ¿quieren conocer el origen de esta frase? Los invito a seguir leyendo hasta el final.
Cuenta una antigua leyenda que hace muchísimo tiempo atrás, en el continente europeo, más precisamente en la Francia occidental había un caballero mayor, de unos 65 años, de pelo grisáceo, rostro acariciado por los años y con un acento cascado muy particular. Una mezcla citadina y campestre que lograba confundir a quién lo escuchara. Hay quienes recuerdan las apuestas que se levantaban en los baretos de la ciudad tratando de adivinar cuál era su verdadero terruño, ya que nadie podía reconocer de dónde venía. Y él obviamente jamás develó el misterio. Bertrand, nuestro querido protagonista, solía trabajar en una de las bodegas de la afamada región de Burdeos, una de las actuales Great Wine Capitals del mundo del vino (junto con Adelaide en South Australia; Rioja en España; Laussane en Suiza; Mainz Rheinhessen en Alemania; Mendoza en Argentina; Porto en Portugal; San Francisco / Napa Valley en Estados Unidos, Valparaíso / Valle de Casablanca en Chile y Vernona en Italia). Cada día Bertrand tomaba un tren que lo llevaba a un destino único y, de más está decir, envidiable: cada día su destino final era adentrarse en las profundidades de las cavas subterráneas de la bodega. Día tras día su hábitat natural era estar a oscuras, en un secreto silencio rodeado de cientos de miles de botellas de vino. Y no cualquier vino, sino esos vinos que uno seguramente más de una vez escuchó nombras, pero quizá nunca descorchó. Algunos vinos de un valor invaluable, con varios ceros bailando detrás en su precio. Por eso el trabajo de Beltrand debía ser detallista, minucioso y hasta sigiloso. Ya que la labor principal de Bertrand era trasladar las muestras de vino de la cava a la bodega. Imagínense que antiguamente las bodegas o châteaux, como son llamadas en Francia, no contaban con las lujosísimas salas de degustación que podemos encontrar hoy en día; no solo en Francia sino en cualquier región vitivinícola del mundo. ¡Miren cómo ha cambiado el mundo, pero esta frase sigue viajando de generación en generación!
Nadie recuerda con exactitud qué día salió de su boca por primera vez la frase, nadie registra qué estación del año era pero casi todos repiten una y otra vez que fue Bertrand quien comenzó a presentar con nuestra querida amiga cada una de las botellas que llevaba cuidadosamente de la cava subterránea a la bodega para las degustaciones. Con una sonrisa de medio lado dicen que solía decir: "el vino está perfecto, el vino está "chambré", lo que en español significa que el vino está a temperatura ambiente. Así casi sin querer ese término que aparenta ser casi inocente y amigable con su seductor acento francés hizo que mucha gente años tras años en distintos recovecos del planeta sirvan y descorchen los vinos a una temperatura incorrecta. Ya que la frase "el vino se bebe "chambré" o a "temperatura ambiente" la repetían una y otra vez durante julio en Madrid y Buenos Aires y también durante las navidades en La Habana y en el Polo Sur. Y claramente no hace falta ser experto en meteorología para deducir que las temperaturas en estos lugares tan opuestos y lejanos distan muchísimo unas de las otras.
Entonces; ¿cuál sería la temperatura ambiente ideal? ¿La del ártico o la de las Islas Canarias? ¿La de Helsinki o la de Río de Janeiro en pleno carnaval? Nunca nadie pudo responder esa sencilla pregunta pero cada uno dio por válida que la temperatura de su ciudad era la temperatura ambiente a la que debía tomarse el vino. Grave error.
En primer lugar, porque los vinos que llevaba Bertrand de la cava a la bodega eran, en su mayoría, tintos con buena estructura. Potentes. Es decir, nuestra querida frase no debería tener validez para todos los estilos de vinos que existen. No se puede emparejar con cualquiera. En segundo lugar, cuando Bertrand subía, botella en mano hacia la bodega, siempre recogía el vino de las profundidades de una cava subterránea. La temperatura oscilaba cada uno de los 365 días del año entre unos 14 y 16 grados centígrados de forma natural. Por eso nuestro amigo Bertrand repetía una y otra vez que los vinos estaban listos para tomar porque estaban "chambrés".
¡Qué sencillo sería que en tu mismísima casa, en el bar de la vuelta de la esquina, por qué no en el bistró del lujoso hotel o en el chiringo playero los vinos naturalmente estuvieran a la temperatura ideal de consumo! Que claramente queridos amigos ya se habrán dado cuenta que no es ni "chambré" ni ambiente. Cada estilo de vino necesita expresarse de forma de distinta porque son todos diferentes. No es lo mismo beber un blanco, un rosado, un vino dulce o un tinto. Cada uno merece llegar a nuestras copas despabilados, radiantes y cuidados con tu temperatura correcta que podría resumir rápidamente en tres grupos: blancos secos entre 10ª y 12º C, blancos semisecos entre 9ª y 11ºC, espumosos entre 6ª y 8ªC, rosados a 10ªC, tintos jóvenes entre 12ª y 14ºC y, por último, los tintos con más estructura alrededor de los 16º o 18ºC.
Quién sabe si realmente existió nuestro querido amigo Bertrand, quién sabe si esta frase se dijo por primera vez en Burdeos, hoy solo les puedo afirmar que no funciona así solita y libre por cualquier lugar que se diga. Así que les pediré un enorme favor antes de terminar: ¡no volvamos a repetir nunca más que el vino se bebe a temperatura ambiente".
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