Jocelyn Dominguez
Lunes 21 de Julio de 2025
Se dice que una casa sin tonir es una casa sin alma. Este antiguo horno subterráneo, donde se horneaban panes y se cocinaban los platos más importantes, fue durante siglos el corazón de los hogares armenios. Alrededor de su fuego se tejían historias, se transmitían saberes, se compartía la mesa. En Armenia, cocinar nunca fue solo alimentarse: fue un acto de resistencia, de identidad, de memoria.
Y algo de ese fuego sigue ardiendo —intacto y vivo— en el Restaurante Armenia, que acaba de celebrar sus 40 años en Buenos Aires. Ubicado en el primer piso de la Asociación Cultural Armenia, en el corazón de Palermo, este espacio se ha convertido en mucho más que un restaurante: es un refugio de tradición, un símbolo de comunidad y un testimonio vivo de una cultura milenaria.
La cocina armenia, considerada una de las más antiguas del mundo, ha sabido resistir el paso del tiempo sin perder su esencia. Forjada en la encrucijada de Asia y Europa, marcada por exilios y encuentros, es una cocina de abundancia, generosidad y simbolismo. Cada plato encierra siglos de historia y cada comida es una celebración compartida.
La noche del aniversario fue una fiesta de sabores y emociones. Compartí mesa con sus dueños, Pablo Kendikián y Eduardo Costanian, dos apasionados guardianes de este legado culinario, que nos recibieron con la calidez de quien abre las puertas de su casa. Entre brindis y anécdotas, revivimos momentos fundacionales, risas y silencios que hablaban de orgullo y pertenencia.
El clásico Medzé —una variedad de entradas que incluía hummus, mutabel, tabbule, bastermá, queso armenio, sarma frío y yayik— llegó acompañado de un vino generoso Pera Grau, añejado en soleras. Una introducción perfecta al viaje sensorial que nos esperaba.
En los principales, el Dak Bnagner desplegó platos emblemáticos como madzunov kebab, michugov, lehmeyún y sarma caliente, entre otros. Cada uno preparado con esmero, respetando técnicas tradicionales y productos frescos.
Pero si hay algo que distingue al Restaurante Armenia —además de la excelencia de su cocina— es su servicio: amable, cercano, atento. Nada es pretencioso, todo es auténtico. Como en las casas de antes, donde el verdadero lujo era sentirse bienvenido.
El momento más íntimo llegó con el café. Servido con borra, al estilo oriental, fue también un guiño a una de las tradiciones más poéticas de esta cultura: la lectura del café. En Armenia, la borra que queda en el fondo de la taza no se descarta: se observa, se interpreta. Quien lee la borra no predice el futuro, sino que ayuda a descubrir lo que el corazón ya sabe. Es un ritual entre amigas, madres e hijas, abuelas y nietos. Un juego y una conexión.
Como cierre dulce, el Anusheghén —una degustación de postres típicos como baklavá, kadaif, sarú burmá, lojmá y deditos de novia— maridó a la perfección con un Saint Felicien Nature. El broche de oro de una noche inolvidable.
A lo largo de estas cuatro décadas, el Restaurante Armenia ha recibido a presidentes, embajadores, artistas, empresarios y miembros de la comunidad. Ha sido escenario de encuentros históricos, bodas, despedidas, celebraciones. Hoy, además, ha sido distinguido por la Legislatura de la Ciudad como referente cultural y gastronómico, un reconocimiento más que merecido.
Me fui con el corazón lleno y los sentidos despiertos. Porque Armenia Restaurante no es solo un lugar donde se come bien: es un rincón donde la historia se sirve en platos y el pasado conversa con el presente a través del sabor.
@restaurant.armenia
www.armeniarestaurant.com.ar