El impuesto sobre la riqueza

Pocas veces hubo verano más triste. Día tras día, asomados al abismo de la miseria y la desesperanza. Día tras...

Carlos Lamoca Pérez

Viernes 12 de Junio de 2020

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Pocas veces hubo verano más triste. Día tras día, asomados al abismo de la miseria y la desesperanza. Día tras día esperando el milagro que nos devuelva la Arcadia feliz en la que tan despreocupadamente vivíamos. En este escenario, tan ajeno a nuestro habitual modus vivendi, no puede extrañarnos que los nuevos dioses del gasto social, hayan abierto el reclutamiento de la milicia populista. El banderín de enganche  que vaya a tomar el Palacio de Invierno de los Consejos de administración, ha sido siempre un recurso fácil con el que movilizar los más bajos instintos populistas. La guerra santa contra la riqueza, como auténtica causante de todos los males de la Humanidad, incluidas las pandemias, por supuesto, vende. Para desgracia nuestra, vende. Y por tanto es rentable. Aunque sea a costa de introducir, aún más, la miseria intelectual que desde hace tiempo se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

Hay pocos asuntos públicos que se presten más a demagogias baratas que el sobremanido de la imposición a los ricos. Es un viejo lugar común al que, ahora como antes, no dudan en acudir los dioses de la "nueva normalidad", máxime cuando la situación social es tan extremadamente crítica y el futuro no despeja la incógnita del pánico. El mensaje cala y eso ya les vale a los que lo predican. Que sea factible o no, poco importa

¿Es factible esa sobre-imposición? Nada hay más cobarde que un millón de dólares. La entelequia no resiste el más mínimo análisis técnico. Resulta que, cuando uno se encuentra metido en un entorno, donde la libertad de circulación de personas y capitales, es una cláusula fundamental del contrato que firmamos en Maastrich, estas pretensiones "justicieras" no dejan de ser más que un sinsentido. Porque, en un entorno supranacional donde la armonización fiscal, brilla por su ausencia,  es lógico que el millón de dólares busque el mejor acomodo tributario posible. Dentro de la legalidad por supuesto. Y cuando, se le espanta en un Estado miembro con un impuesto a la riqueza, lo más esperable es que busque remanso en otro socio de la UE que le procure una seguridad jurídica que le facilite dormir sin pastillas.

Hasta la fecha seguimos careciendo de armonización tributaria en los Estados miembros, de tal manera que, en cada territorio se sigue pagando una cuota distinta por la misma base de imposición. Seguimos jugando a eso tan divertido de la "sana competencia fiscal", o lo que es lo mismo, a la deslealtad tributaria entre los socios del club. En materia impositiva el pez grande se sigue comiendo al pequeño por más que lo protejamos. Los tipos del Impuesto sobre Sociedades son dispares, muy dispares;  los holding se siguen remansando en territorio donde no se hacen retenciones; las SICAV siguen amarradas en el pantalán del tipo reducido porque no hay más remedio si no queremos que se vayan a vivir a casa del vecino complaciente; la intensidad del control no es la misma en todos los Estados...Con este panorama, resulta sencillo poner los huevos en cestas sino paradisíacas, sí al menos semi-paradisiacas. Entonces ¿a qué ricos señalamos con el dedo? La respuesta es obvia. Aunque tiene dos patas. Por un lado no se trata de imponer a los ricos-ricos, a los de verdad, que la cosa es dificultosa,  sino de ser posibilista y gravar esa rentas altas que no se nos pueden escapar, que no tienen capacidad de maniobra para situar su domicilio fiscal fuera del cepo porque, tanto ahora como después, las tendremos controladas. No hace falta señalar quienes llevan todas las papeletas de esta rifa. Y por otro lado, pues ver por dónde va la tiza cuando trace el círculo caucasiano maldito. Si la necesidad aprieta, todos ricos. Si no es así, pues se acomoda el tope a las circunstancias, que las tablas y las tarifas no ofrecen mayor resistencia al envite.

Mientras tanto, el IVA, impuesto recaudatorio estrella donde los haya, seguirá su trayectoria regresiva y gravando a los que más consumen. Que, obviamente, no son precisamente los ricos-ricos sino todos aquellos que, sin remedio, tienen que gastar TODA SU RENTA en un consumo de subsistencia. Esto sí es sobre-imposición al 100%, de la renta. Con el desgraciado detalle que recae precisamente sobre la "pobreza". Por eso, no deja de indignarnos el que si la recaudación interna no llega para financiar el sacrosanto "gasto social", que no llegará (no lo dudemos) se esté proponiendo tirar de IVA y auparlo ¿al 23% ¿al 25%? Pues salvo que ocurra un milagro de sensatez reduciendo drásticamente, repito, drásticamente, el gasto público no habrá más remedio.

Queríamos cambiar el modelo económico y nos están cambiando el modelo de convivencia. Queríamos refundar el no sé qué  ni por qué y seguimos manteniendo las apuestas en el casino de los mercados mediante una economía virtual que se come la financiación que debiera ir a la economía real. Esto es lo que hay. Y lo que va a haber. Pobre crecimiento, pobre mensaje, pobre futuro. Pobres españoles. Pero eso sí, impuestos para los ricos

Carlos Lamoca Pérez
Inspector de Hacienda del Estado.
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