Jocelyn Dominguez
Lunes 26 de Mayo de 2025
“Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver…”
El tango no se escucha, se siente. Es un idioma sin traducción que se baila, se canta, se mira en los ojos del otro. Es un perfume antiguo, un bandoneón que suspira nostalgias, una copa que tintinea en la noche. Y hay un rincón en Buenos Aires donde todo eso cobra vida: El Viejo Almacén.
Ubicado en la esquina de Balcarce e Independencia, en el corazón de San Telmo —ese barrio que huele a adoquines mojados, faroles tenues y secretos guardados en vitrinas de antigüedades—, El Viejo Almacén es mucho más que una casa de tango. Es un templo, un museo vivo, un refugio de memorias porteñas.
Fundado en 1969 por el gran Edmundo Rivero, este espacio cargado de mística y tradición se levantó sobre los cimientos de una construcción con más de 200 años de historia. Y esa historia se siente, se respira, se saborea. No por nada fue declarado Sitio de Interés Cultural por el Concejo Deliberante de la Ciudad.
La experiencia comienza antes de sentarse a la mesa. A mí me recibió Jimena, con una calidez que abriga. Me llevó por un recorrido personalizado, compartiéndome anécdotas, detalles, nombres y rostros que hicieron de El Viejo Almacén lo que es hoy. Su amor por el lugar se nota, se transmite, y prepara el alma para una noche especial.
La cena sucede en el edificio de tres pisos adquirido por los actuales dueños en 1996, que hoy alberga distintos salones con nombre propio: Lobby Bar, Mi Buenos Aires Querido, Salón Bandoneón, Salón VIP Mirador, y una terraza ideal para las noches templadas. Desde hace algunos años, allí se cena primero —en una atmósfera íntima y cuidada— y luego se cruza a la histórica tanguería para el show.
La carta es amplia y contempla todos los gustos, con opciones vegetarianas, veganas y sin TACC, además de los menús tradicional y VIP. Las entradas son frescas, sabrosas, y abren el apetito con sutileza: sopas, empanadas criollas, ensaladas coloridas. Yo elegí el ragú de vegetales con arroz yamani, un plato lleno de sabor y texturas. Mis acompañantes se deleitaron con el tournedo de lomo en salsa bordelesa y gratén de papas, el bife de chorizo con papas rústicas y la bondiola braseada con batatas glaseadas. Todo servido en su punto justo, con una presentación cuidada y una atención impecable. Adrián, quien nos acompañó durante toda la velada, fue más que un camarero: fue anfitrión, cómplice y guía. Siempre atento, siempre sonriente.
Todo fue maridado con un Malbec Alma Mora, de Bodega Finca Las Moras, que acompañó con solvencia y elegancia. Cálido, frutado, con la fuerza justa para levantar el espíritu sin opacar los sabores. Fue un aliado noble, discreto y efectivo.
Pero si la cena fue memorable, los postres se llevan el aplauso final: crumble tibio de peras con helado de crema americana, mousse de chocolate, flan mixto y trifle helado. Cada bocado es un cierre perfecto para una sinfonía de sabores.
Entonces, el momento llega. Cruzamos la calle, entramos al salón de luces bajas, y empieza la función. Durante una hora y media, el alma vibra. El tango y el folclore se entrelazan en un espectáculo que estremece. Hay algo sagrado en ese escenario. Músicos de excelencia, cantantes apasionados, bailarines que flotan con precisión milimétrica y sentimiento a flor de piel. Mientras tanto, el público —argentinos y extranjeros— bebe café, vino, espumante o whisky, todos incluidos en la experiencia. Pero lo que realmente embriaga es el arte.
Y entonces, uno entiende. Que El Viejo Almacén no es solo un lugar. Es una experiencia sensorial completa, una cápsula del tiempo que late en el presente. Es ese “Mi Buenos Aires querido” que suena en la voz de Gardel y se encarna en cada rincón del salón.
Hoy, el espacio sigue evolucionando. Recibe a visitantes de todo el mundo y al público local, organiza eventos sociales y empresariales, ofrece almuerzos a grupos, descuentos para residentes y traslados que aseguran comodidad. Durante la temporada alta, la magia se multiplica: se presentan shows en simultáneo para que nadie se quede sin vivir esta noche única.
Ideal para disfrutar en pareja, con amigos o incluso en soledad —porque el tango siempre encuentra con quién bailar—, El Viejo Almacén es ese rincón donde Buenos Aires se vuelve canción, abrazo, y memoria.
Y al salir, con el corazón latiendo un poco más despacio, una piensa que sí, que Gardel tenía razón: “La emoción de haber vivido, mi Buenos Aires querido, bajo tu amparo no hay desengaño ni pena…”.