Inmaculada Peña
Lunes 29 de Diciembre de 2025
Durante las compras navideñas, al recorrer las estanterías de la sección de Vinos de Jerez en supermercados, es imposible no sorprenderse ante la amplia variedad de botellas que presentan los vinos del Marco de Jerez. Botellas con un diseño más contemporáneo conviven con las clásicas botellas jerezanas, auténticos emblemas de una historia centenaria. Esta diversidad no deja de ser un reflejo de la tensión que vive hoy la industria del Jerez: entre la tradición que define su identidad y la innovación que busca atraer a nuevos públicos.
La botella jerezana, concebida a finales del siglo XIX (hacia la década de 1870), no puede ser considerada como un simple envase; la tradición ha hecho que se transforme en todo un símbolo. Su cuerpo cilíndrico, hombros suaves, cuello alargado, y esas características muescas discretas sobre y bajo la etiqueta, acompañado de un vidrio oscuro (verde o marrón) que protege el vino de la luz, no solo permitía un servicio adecuado de los vinos generosos, sino que funcionaba como firma visual en mercados internacionales, distinguiendo al Fino, el Amontillado, el Palo Cortado o el Oloroso de cualquier otro vino generoso europeo. Durante décadas, esta botella contribuyó a proteger la autenticidad del Jerez frente a imitaciones y a construir una identidad reconocible y prestigiosa.
Sin embargo, hoy la situación es distinta. Al igual que el catavino jerezano es cada vez más escaso a la hora de consumir vino de Jerez, en la actualidad muy pocas bodegas mantienen el uso exclusivo de la botella clásica, ya que la mayoría, apuestan por modelos más modernos, botellas de formas más estilizadas, con vidrios transparentes, incluso etiquetas y cierres que buscan llamar la atención de un público menos acostumbrado a los códigos históricos del Jerez. Esta estrategia, sin duda, abre nuevas posibilidades de consumo, especialmente entre los más jóvenes, la restauración y en mercados internacionales, donde la percepción estética puede ser tan determinante como la calidad del propio vino.
No obstante, no puedo evitar pensar que, en el afán de innovar, estamos corriendo el riesgo de diluir una parte esencial de nuestra identidad. La botella jerezana debería ser, bajo mi punto de vista, el envase idóneo para comercializar la gama de jereces clásicos: supondría un reconocimiento a la tradición, una garantía de autenticidad, y un puente entre la historia centenaria y el presente de estos vinos. La innovación, el diseño contemporáneo y la diversificación de envases pueden convivir con la tradición, pero no deben reemplazarla. Mantener la botella clásica en los Jereces históricos, que no se pierda su fabricación, no es solo marketing de producto, sino todo un compromiso que las casas bodegueras deben tener con la herencia cultural del Marco.
Recorrer hoy las calles de Jerez o El Puerto de Santa María es asomarse a un paisaje vinícola que conjuga historia y modernidad. Pero al abrir una botella jerezana, contemplar su forma, sentir su peso y admirar el color de un vino que ha sido protegido durante años en botas, en la quietud y penumbra de las bodegas, se comprende que esta botella no es un simple recipiente: es un testigo de nuestra historia vinícola, un símbolo que ha convivido y conectado con generaciones de productores, maestros bodegueros y amantes de los vinos de Jerez.
En estas Navidades, mientras el Jerez se disfruta en tantas mesas, conviene mirar más allá del contenido y reflexionar sobre el continente. Porque, más allá de tendencias y modas, la botella jerezana sigue siendo un patrimonio, y preservarla es preservar la memoria y la identidad del vino que durante siglos ha hecho de Jerez un lugar único en el mapa mundial del vino.