Jonathan
Jueves 13 de Marzo de 2025
¿Alguna vez oíste hablar del relativismo lingüístico? También conocido como la "hipótesis de Sapir-Whorf", esta teoría del siglo XIX, ideada por el lingüista Edward Sapir y su alumno Benjamin Lee Whorf, sostiene que nuestra forma de pensar y percibir el mundo está influenciada por el lenguaje. En otras palabras, la estructura gramatical de los idiomas, e incluso su léxico, nos hablan sobre la idiosincrasia de sus pueblos. Un ejemplo claro lo encontramos en nuestra cultura, donde el tiempo es un concepto lineal y utilizamos expresiones como "avanzar en el tiempo" o "dejar el pasado atrás". Sin embargo, en la cultura Aymara de los Andes, el tiempo se concibe como un círculo: el pasado está delante de nosotros, ya que podemos verlo, y el futuro detrás, ya que lo desconocemos.
Al igual que la lengua, el vino es otro aspecto que diferencia a las culturas, ya que refleja la historia, las tradiciones y los valores de un país o región. El vino es, sin duda, un símbolo de identidad para muchos pueblos de Europa, donde ven en su manera de hacerlo no solo orgullo y tradición, sino también un estilo de vida. Un estilo de vida que se ha prolongado durante siglos, a través de adaptaciones de procesos, variedades o sistemas de conducción, algunos de ellos exclusivos de ciertas zonas vinícolas. Desde el "cordón trenzado" de las Islas Canarias hasta los "Puttonyos" del Tokaji en Hungría, estos son solo algunos ejemplos de cómo cada pueblo muestra su singularidad y su idiosincrasia a través del vino, haciéndolos únicos e irrepetibles.
¿Podríamos entonces hablar sobre un "Relativismo vinícola"? ¿Puede el vino definir de alguna manera la idiosincrasia de un pueblo? Yo sostengo que sí. Una de las características más definitorias de cada pueblo es su gastronomía, de la cual el vino es siempre parte importante. De aquí nacen los "maridajes regionales" que son uno de los mayores descriptores de una comunidad. Como ejemplo me viene a la cabeza Galicia y la armonía que generan sus mariscos, los mejores del mundo, con sus vinos, estos vinos de perfil atlántico, ya sean los de la DO Rías Baixas basados en la albariño o los de la IXP Betanzos, basados en la Branco Lexítimo. Otro ejemplo es el arraigo a la familia y la tradición en Italia. Esta situación puede llevar a los productores a negarse a aceptar nuevas tecnologías, técnicas de vinificación o variedades por temor a traicionar la tradición familiar. ¿A alguien le suena la ley Goria? El que entendió, entendió.
Evidentemente, este es un tema que da para mucho más, ya que el debate es largo, pero estos son algunos de los motivos por los que yo creo que el vino no solo es parte de la cultura de un pueblo, sino que también lo podemos describir como una más de sus singularidades que lo hacen único e irrepetible. Vamos, que esta es mi "teoría" de que el "Relativismo vinícola" no solo existe, sino que también podemos beberlo. ¿Ustedes qué opinan? ¿Existe un "Relativismo vinícola"?
¡Salud y buen vino!