¿Hasta que punto realmente puede la tecnología ayudar a los viticultores?

¿Hay cabida para la tradición en un mercado dominado por la tecnología?

Emily Davis

Jueves 09 de Mayo de 2024

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La llegada de la tecnología al mundo del vino, como en tantos otros ámbitos de la producción agrícola, es vista por muchos como una revolución necesaria, un salto hacia la eficiencia y la calidad. Pero, ¿es este avance tecnológico realmente tan democrático y beneficioso como se pinta? Al adentrarnos en la realidad de muchas bodegas pequeñas y familiares emergen historias de resistencia, dudas y un palpable escepticismo.

Para empezar, la adopción de tecnologías avanzadas como la robótica, la IA o el análisis de Big Data no es trivial. Estas no solo requieren de una inversión económica considerable, sino también de una curva de aprendizaje que puede ser desalentadora para aquellos que han heredado métodos y saberes de generaciones anteriores. En zonas donde la viticultura se ha practicado con las mismas técnicas durante décadas, el cambio hacia lo digital y lo automatizado no es solo una cuestión de presupuesto, sino también de identidad y tradición. Dicho de otro modo, la tecnología es accesible y barata, alguna totalmente gratuita como la IA, lo costoso, en todos los sentidos, es implantarla.

Tecnología ¿Para Quién?

Mientras que las grandes bodegas pueden desplegar drones para monitorizar la salud de sus viñedos, muchas pequeñas explotaciones, pero que muchas, siguen dependiendo de la observación directa y la experiencia personal del viticultor. Estas diferencias no solo marcan una división en términos de eficiencia y capacidad de producción, sino que también plantean preguntas sobre la equidad en la industria vitivinícola. Las pequeñas bodegas, que a menudo producen vinos de alta calidad con características únicas gracias a sus métodos tradicionales, pueden verse marginalizadas o presionadas a modernizarse para competir en un mercado que cada vez valoriza más la consistencia y la cantidad que puede ofrecer la tecnología.

Además, está la cuestión del producto final: el vino. Aunque la tecnología promete mejorar la calidad, controlando con precisión cada variable, hay quienes argumentan que parte del alma del vino reside en su vínculo con la naturaleza y la variabilidad que esto conlleva. La uniformidad que puede ofrecer la tecnología, que en otros sectores es el santo grial, puede ser negativo en el sector del vino y a menudo se percibe como un arma de doble filo. Por un lado, asegura un estándar alto y consistente; por otro, podría sacrificar la singularidad, aquellos toques únicos que un año particular, una cosecha específica o un método ancestral pueden imprimir en el vino de manera única.

Sin embargo, no todo es pesimismo en la intersección entre tecnología y tradición. En términos de sostenibilidad, la tecnología ofrece herramientas valiosas. La gestión eficiente del agua y el uso de energías renovables en las bodegas son ejemplos de cómo la modernidad puede contribuir a preservar recursos, algo esencial en zonas afectadas por el cambio climático. Sin embargo, volvemos a lo mismo, el despliegue de estas tecnologías sigue siendo desigual, y muchas veces, las pequeñas producciones no pueden acceder a ellas por costes o por falta de infraestructura local.

La verdadera pregunta que surge es cómo pueden coexistir la tradición y la tecnología sin que una eclipse a la otra, y cómo democratizarla para que pueda ser implantada en bodegas de cualquier dimensión. Quizás la respuesta yace en buscar un equilibrio que permita a las bodegas de todos los tamaños beneficiarse de los avances tecnológicos sin perder su esencia. Esto requerirá políticas que no solo promuevan la tecnología, sino que también protejan y valoren las prácticas tradicionales, asegurando que el mercado global del vino sea inclusivo y diverso.

En este duelo entre modernidad y tradición, entre grandes y pequeños, quizás no necesitamos un vencedor claro, sino más bien un diálogo constante con unas políticas que permita a la industria vitivinícola evolucionar respetando su pasado, mientras adopta con prudencia las posibilidades del futuro.

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