Caso Metílico, medio siglo de sueños rotos por ingerir alcohol envenenado

Marzo de 2013, Libia, 87 personas muertas y 1.014 intoxicadas tras consumir alcohol adulterado. 1963, España, es primavera, miles de fallecidos, y solo 51 reconocidos de manera oficial, por ingerir alcohol envenenado. Un nombre: 'Caso Metílico'

Madrid

Lunes 18 de Marzo de 2013

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Con sobredosis de trabajo y una voluntad inquebrantable, Fernando Méndez, un periodista ourensano, ha hecho de la gestión de aquella tragedia que se extendió por toda España, fundamentalmente Galicia, Islas Canarias, Madrid y Cataluña, una de sus misiones en esta vida.

Cincuenta años después de la mayor intoxicación en la historia de este país, este escritor, que con motivo del aniversario ha sacado a la luz el libro "Metílico, 50 años envenenados" (Sotelo Blanco) dice que sería posible que en la actualidad se produjese otra catástrofe, aunque nunca con la desproporcionada incidencia de la protagonizada por los diez bodegueros -fueron once los procesados en total, puesto que hay que contar a la mujer de uno de estos empresarios- que quisieron hacer su gran negocio comercializando veneno.

Fueron condenados en 1967 a penas que oscilan entre uno y veinte años de prisión pero el que más años de condena cumplió computó siete. La única mujer juzgada, la esposa del bodeguero Rogelio Aguiar, el epicentro de las indagaciones, fue la única que no ingresó en prisión. Entre que se emitió el fallo y hasta hacerse firme, huyó a Francia, y pasó allí el tiempo suficiente para que el delito prescribiese. Cuando regresó quedó impune.

Su marido tenía fama de ser un "desaprensivo". De hecho, también se le achacó "tráfico de portugueses" bajo engaño. Les prometía llevarlos a Francia, le pagaban un dinero, y los dejaba en Burgos.

El truco en el caso del metílico estaba en que el litro del alcohol metílico valía 14 pesetas y el de etílico, que era el bueno, 30. Trasladado a un escenario presente, el peligro reside en el denominado "garrafón" y en todas esas bebidas que se escapan de los controles y llegan a la ciudadanía, recalca Fernando Méndez, uno de los reporteros más premiados en España en el ámbito de la investigación sobre drogodependencias.

Las últimas muertes por alcohol adulterado de las que se tenga constancia se han registrado en Libia, pero a finales de 2012, en la República Checa, 28 personas perecieron envenenadas y fueron decomisados 3.000 litros de bebidas adulteradas con alcohol metílico.

"Yo creo que es una ocasión perfecta, ahora que se cumplen 50 años, el 50 aniversario de esta tragedia, de concienciar para que nunca más vuelva a ocurrir", cuenta el autor de este completo estudio que empezó a interesarse por aquel fatídico suceso en 1993 y se enfrentó a un sumario de 36.000 folios, un metro cincuenta de altura.

"Es un caso en el que, a mi juicio, no se ha hecho justicia, puesto que los acusados apenas cumplieron la mitad de las condenas, y lo más grave es que ni las víctimas ni los familiares cobraron en su momento ni un solo euro, ni una sola peseta de indemnización", detalla.

"Estamos hablando de miles de muertos. Cuando hice la investigación le preguntaba para ser riguroso al fiscal del caso -Fernando Seoane- si realmente era así, y él me decía: con una sola operación matemática basta para saber que han muerto miles de personas y otras tantas se han podido quedar ciegas".

"El único delito que habían cometido había sido beber una copa de licor café o de aguardiente".

El listado solamente incluía a 51 personas, 25 de la provincia de Ourense, donde tenía su bodega el principal encausado, Rogelio Aguiar; 18 de las Palmas de Gran Canaria y Tenerife, 7 de la provincia de A Coruña y 1 del Sáhara.

"Si una sola copa bastaba para matar o dejar ciega a una persona, si tenemos en cuenta que se comercializaron 75.000 litros, calcule cuántas copas se pueden hacer. Era un alcohol que se utilizaba para hacer combustible de aviones, para barnices, para pintura...", dice este experto.

"Estoy convencido de que ninguno de los bodegueros implicados quería matar a nadie, pero les movió un desmesurado afán de lucro, con el que inundaron el mercado de bebidas... tanto nacional como internacionalmente... de un veneno que causaba muerte y cegueras", añade.

En Cataluña, recuerda, se decomisaron muchas partidas de bebidas contaminadas, pero hubo "otras, incontables, que no pudieron detenerse". Más allá de estas fronteras, en los años sesenta, muchos medios de comunicación publicaron que el puerto de Nueva York y Manhattan se habían quedado "limpios de vagabundos, con esta expresión, precisamente porque habían muerto envenenados con bebidas contaminadas con metílico. No sé si era el que había llegado de España, pero ciertamente se había producido un envenenamiento masivo".

En el descubrimiento de este engaño ha habido dos personas clave, el citado fiscal Fernando Seoane y la farmacéutica Elisa Álvarez, que era una joven que de su Villaviciosa natal, en Asturias, emigró a Lanzarote y descubrió que marineros clientes de la taberna de un pequeño pueblo llamado Haría empezaron a morir "de la noche a la mañana".

En su rebotica hizo las primeras indagaciones y descubrió que el licor, el ron y el aguardiente que aquellos lobos de mar consumían y que les causaba terribles dolores gástricos, náuseas, cegueras y, a las pocas horas la muerte, portaba metílico.

Estos hechos se pusieron en conocimiento de la autoridad judicial y "tirando del hilo" se supo que un barco había llevado cargamento de bebidas con alcohol metílico desde Vigo a Lanzarote, concretamente desde Casa Lago e Hijos, que a su vez había comprado esta materia prima a un bodeguero ourensano, Rogelio Aguiar.

"Creo que hubo responsabilidad por parte del Gobierno de Franco en este caso, no desde el punto de vista penal, pero sí desde el punto de vista administrativo, porque hubo una gran falta de control en el tráfico y en el comercio de alcoholes tóxicos. Y está el hecho de que este tipo de alcohol tan tóxico se pudiera comprar libremente, transportar libremente y guardar libremente en una bodega, donde se fabricaban vinos, alcoholes, licores... Ahí es donde estuvo realmente la dejadez", precisa Fernando Méndez.

La voluntad del fiscal, con el que se reunió varias veces en su domicilio, de crear una pieza separada en el sumario, el mayor después de la causa general de la Guerra Civil, y preguntar por estas supuestas irregularidades, las huestes gobernantes la "segaron de un plumazo y le dijeron que por ese camino no podía seguir", revela Méndez.

Para él, la gran asignatura pendiente del Caso Metílico es que nadie le ha hecho un reconocimiento social ni institucional a las víctimas y a sus familias: "y debemos recordar que en una ocasión, en los años sesenta, murieron muchas personas".

"Muchos desgraciados -añade- que no tuvieron absolutamente ninguna posibilidad de defensa, tanto en España como en los países donde había mucha emigración española, como en Estados Unidos, el Sáhara, África... a los que jamás nadie les hizo ni siquiera un mínimo reconocimiento".

"Son algo más que números, no son cifras, son verdaderos dramas humanos", reivindica Méndez, que desvela que "con el férreo código moral que existía, muchas veces cuando moría una persona y había tomado una copa, sus familiares preferían soslayar el tema, y cuando se les preguntaba qué había hecho las horas anteriores no lo decían".

Fernando Méndez trae el relato de un campesino de Cenlle, en Ourense, que tenía una tienda de pueblo y se quedó ciego. La última imagen que vio fue en el baño, durante el afeitado. Comenzó a ver cómo nevaba dentro. De pronto, una luz blanca, intensísima, y la oscuridad más absoluta. El día anterior había bebido dos copas de licor café.

Especialistas de la clínica Barraquer, de Barcelona, le dijeron que si alguna vez el nervio óptico que se había quemado por causa del alcohol metílico podía tener una operación que le permitiese recuperar la visión, lo avisarían. Pasaron cuatro décadas, y este hombre falleció, y falleció ciego.

El reconocido cineasta Emilio Ruiz Barrachina rodará, en estrecha colaboración con Fernando Méndez, un largometraje documental sobre el Caso Metílico. El autor del libro comienza las presentaciones de su trabajo el próximo día 19, en el Liceo de Ourense, a las ocho y cuarto de la tarde.

"A modo de homenaje y reconocimiento para todas esas gentes", subraya Méndez, que indica que la dificultad de reabrir el caso estriba en que es un delito común, contra la salud pública, no un crimen de lesa humanidad o terrorismo, y la doctrina estipula que cosa juzgada no se puede volver a juzgar.

"Lo que está claro es que se ha cerrado en falso este proceso, no se ha hecho justicia, y de alguna manera creo que es una buena ocasión para volver a recordar esta tragedia, precisamente para que no vuelva a ocurrir", sostiene.

El Caso Metílico supuso graves pérdidas económicas y de imagen a nivel turístico. Cerraron bodegas, en establecimientos se dejó de servir alcohol y en algunos de Madrid ponían anuncios reclamo con la leyenda "se venden bebidas alcohólicas pero ninguna de Galicia".

El puente romano de Ourense llegó a aparecer dibujado con una calavera y "poco menos, se advertía cuidado con ir a Galicia, a Ourense", afirma Méndez.

Descendientes de las víctimas -con algunos ha entablado contacto- trataron de aglutinarse en una asociación, pero por ahora no lo han conseguido ya que no hay conexión entre ellos.

La curiosidad de Fernando Méndez se despertó con un reportaje para el periódico en el que trabajaba. "Vi que el caso daba para más" y el entonces presidente de la Audiencia Provincial de Ourense, Jesús Cristín, le permitió "bucear en los sótanos" para encontrar el sumario, con la colaboración de un agente judicial, Alfredo Diéguez, "que se dignó a manchar toda su ropa y a reptar por debajo de aquellas estanterías" hasta encontrar los documentos y "algunas botellas que habían sido decomisadas".

"Lo falso, por mucho que crezca en poderío, nunca podrá elevarse a la verdad. Rabindranath Tagore" es la frase que ha elegido este escritor gallego para dar pie a un relato en el que por encima de todo ha buscado ser "tremendamente riguroso" por respecto a las víctimas y a los acusados.

"Este dicho es verdad, es como decir que la mentira tiene las patas muy cortas. Quería contribuir a que se pueda reconocer socialmente lo que ocurrió, porque no quedaron impunes las consecuencias de aquella tragedia, pero casi", concluye.

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