Albariños, magnífica madurez

Hace un cuarto de siglo los albariños se los tenía por vinos jóvenes, que había que beber en su segundo año, o sea, el inmediato a la vendimia

Caius Apicius

Lunes 03 de Diciembre de 2012

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Cuando los responsables de la cata anunciaron que el primero de los 91 vinos que concursaban era un 1997 (quince años) todos los catadores pensamos que se trataría de una curiosidad, de una reliquia. Un albariño con quince años a cuestas. Difícil de asimilar.

Fue, la semana pasada, en Salvaterra (Pontevedra). Una vez más, una cata de añadas de vinos de la Denominación de Origen Rías Baixas, los que popularmente se conocen como albariños, aunque haya más variedades en vinos de esa procedencia. Vinos del 2010 hacia atrás, empezando, claro, por los más viejos... que eran del 2004, salvo este "abuelo" del 97.

Hace un cuarto de siglo, cuando los albariños, los vinos de la recién organizada Denominación de Origen Rías Baixas, empezaron a salir con decisión de los límites de Galicia (antes, con esfuerzo, habían ido poco más allá de sus zonas de producción tradicionales, el Salnés, el Rosal y el Condado de Tea), se los tenía por vinos jóvenes, que había que beber en su segundo año, o sea, el inmediato a la vendimia.

Algunos visionarios, con el veterano y pionero Santiago Ruiz a la cabeza, sosteníamos que estos vinos podían tener una vida más larga. No nos hacían ni caso. En los restaurantes, la gente exigía la última añada, aunque la anterior fuese mil veces mejor, que era algo que a veces pasaba. No importaba. Era un vino "del año", fresco, frutal, y esas eran las virtudes que se buscaban en él.

Era un error. Un albariño, decíamos algunos, puede ser un gran vino. Es un gran vino. Y a un gran vino hay que pedirle algo más que frescura, que manzanas verdes, que uvas maduras. Hay que pedirle un poco de conversación. Y el vino necesita tiempo para expresarse bien.

Poco a poco (muy poco a poco) la propia gente de Rías Baixas se fue dando cuenta de que el futuro estaba en vinos que se consumiesen tres años después, al menos, de su vendimia. Nosotros defendíamos que el mejor vino era... el que más duraba. Y apelábamos a los mejores vinos blancos del planeta, los Montrachet borgoñones, elaborados con Chardonnay, que empiezan a expresarse con plenitud cuando tienen siete u ocho años de vida. ¿Por qué no podía ser, con todos los matices que se quieran, lo mismo con los albariños?

Hoy lo es. Se siguen elaborando albariños "del año", pero con vocación de mejora en los dos siguientes, tampoco (salvo excepciones) mucho más. Se ha buscado prolongar esa vida útil con crianzas en roble; sé que habrá quien no esté de acuerdo conmigo, pero la albariño no es la Chardonnay, y su relación con la madera es bastante problemática: es complicado lograr un buen Rías Baixas con madera, aunque alguno (pocos) hay.

La revolución vino de la crianza sobre lías y la estancia durante más o menos tres años en acero inoxidable; la enóloga Ana Isabel Quintana, que trabaja para Marisol Bueno (Pazo de Señorans), fue la primera. Salieron unos vinos adultos, maduros, serios, locuaces, llenos de señorío. Unos vinos capaces de mirar de frente y tratar de tú a cualquier blanco del mundo, cada cual a su estilo. Y hoy son unas cuantas las bodegas que elaboran joyas por este sistema: Fefiñanes, La Val...

El de 1997 era de esta última bodega. Color oro viejo. En la nariz, sobre todo, claras notas de miel, un rastro de especias. En boca, denso, de los que pasan despacio, dejando huella. No era, pensé al primer sorbo, un vino para comer. Tras pasearlo por la boca, supe para qué sería perfecto: para acompañar un queso con mucha personalidad, un queso punzante de cabra o un queso viejo de oveja. Se entendería con ellos a las mil maravillas.

Pero... ya se sabe que el consumidor español asocia el queso al vino con el que ha comido, y enfrenta cosas que son incompatibles, como un gran rioja con un manchego curado: uno de los dos se muere en el duelo. La mayoría de los quesos piden un buen blanco. Y este era ideal. Y digo "era" porque no creo que esté ya al alcance de nadie, porque supongo que no queda.

Un albariño (Rías Baixas) de quince años... A nadie se le ocurriría unirlo a un marisco, así que ahí tenemos otro lugar común inexacto, que los albariños solo vayan con el marisco. Van, ya lo creo que van; pero admiten otras muchas compañías. Y, según van creciendo, van ampliando el círculo de sus posibles amigos.

Ya hace tiempo que nos dejó Santiago Ruiz, pero estoy seguro de que, allá donde esté, sonreirá cachazudo y pensará: "ya os lo decía yo..." Es su segunda predicción, su segunda ensoñación, cumplida; la primera era que los vinos de las Rías Baixas podían ser grandes. Y lo son.

Un dato más: solo un vino, entre los 91 participantes, salió imbebible. De verdad: cuando piensen en "vinos del año", no piensen en albariños. Ni viceversa.

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