¿Vinos clásicos y modernos? Caso La Rioja

Dependiendo del bodeguero o enólogo que tenga uno enfrente, se pueden obtener definiciones bastantes diferentes, incluso sorprendentemente distintas, de lo...

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Miércoles 10 de Junio de 2015

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Dependiendo del bodeguero o enólogo que tenga uno enfrente, se pueden obtener definiciones bastantes diferentes, incluso sorprendentemente distintas, de lo que es un vino moderno y un vino clásico. De hecho, muchos personajes iconoclastas han razonado sus vinos más estructurados y poderosos buscando profundas raíces históricas para ello y han identificado los tintos delgados y maderizados con el boom productor de los sesenta y setenta.

De lo que no cabe duda es que los tintos riojanos han evolucionado en los últimos 25 años en una dirección común: Tienen más color, más estructura, una presencia mayor de fruta y se deben menos a la madera y sus efectos.

¿Qué prácticas se ocultan detrás de estas tendencias? En general, un mayor trabajo de viñedo que apunta a vendimiar sus uvas más maduras, maceraciones más largas (más tiempo de contacto entre pulpa y hollejos), reducción de los tiempos de crianza y empleo de maderas más nuevas.

Estas técnicas se aplican moderadamente en los vinos tipo crianza y de manera mucho más acusada en los nuevos reservas de lujo (llamados por algunos de "alta expresión") y en los tintos genéricos sin indicativo de crianza que se rebelan contra los estándares oficiales de envejecimiento en madera y en botella.

Lo cierto es que el número de bodegas y vinos que, en mayor o menor medida, han apostado por esta tendencia, ha sido de tal magnitud que lo que llama la atención ahora mismo es el escaso número de firmasque se han mantenido fieles a las "viejas prácticas". Si quisiéramos ser tremendamente estrictos, el grupo de bodegas que unánimemente cabría considerar como "clásicas" pueden contarse con los dedos de la mano.



¿Cuáles son sus señas de identidad? Firmas en su mayoría históricas que han permanecido fieles a unos patrones de elaboración: no buscan la máxima extracción y, en consonancia, los tiempos de maceración no son prolongados, el vino envejece durante incluso más tiempo que lo que establece la normativa del Consejo Regulador y la crianza en botella es igualmente prolongada. El acento se pone más "puertas adentro" (en la bodega) que en el viñedo, lo que se explica en muchos casos por la escasa cantidad de viñedo propio en manos de unos elaboradores que adquirían gran parte de la uva a terceros.

Los tintos que así se elaboran salen al mercado con un color rubí teja más o menos acusado y con una paleta aromática compleja, pero no tanto por las sensaciones de fruta, sino por las notas especiadas y de reducción adquiridas durante el proceso de envejecimiento. Son suaves y redondos en boca, bastante aromáticos, de una persistencia media y tienen la virtud de ser muy versátiles en la mesa.

Hay que exigirles limpieza y complejidad y desconfiar de aquellos que se muestren planos, con aromas avinagrados y con recuerdos a maderas viejas o incluso con notas a humedad o como a desván. Cuidado también con los taninos excesivamente secantes en boca y procedentes de la madera.



Aunque nos encontremos con reservas notables que superan con creces los tiempos exigidos para figurar en esta categoría, el tipo de elaboración "cumbre" del clasicismo es el "gran reserva". Los tiempos oficiales hablan de 60 meses (cinco años), de los cuales al menos 24 corresponden a la crianza en madera, pero hay bodegas que superan con creces estas exigencias y pueden llegar incluso a duplicarlas.

La noción del clasicismo no es en absoluto estática. Es como un gran saco en el que, a medida que va pasando el tiempo, hay cabida cada vez para más cosas. Pero cada vez más se emplea el concepto "clásico" en la cata dentro de la descripción de un vino (aromas clásicos de crianza, reminiscencias clásicas, un toque de clasicismo...). Incluso consideramos "clásicas" marcas que en su día fueron un tanto revolucionarias.

Con la perspectiva de hoy, por ejemplo, una etiqueta como Barón de Chirel que sentó las bases de los tintos de "alta expresión" se nos antoja como clásica entre las modernas. Es "moderada" en cuanto a su concepción de la extracción y la crianza, sigue utilizando el roble americano, y sale algo más tarde al mercado y , por tanto, más hecha que otras. En cierto modo es un estilo superado por la frenética velocidad con que se ha desarrollado y evolucionado el vino español en los últimos años, con unos ciclos que se han sucedido a ritmo trepidante.

Por desgracia, también se ha utilizado la noción de clasicismo en sentido peyorativo para referirse a vinos delgados y acuosos, a aquellos que se encuentran en declive y, en general, o los que presentan defectos típicos de los vinos viejos. De hecho, hasta no hace tanto, para muchos elaboradores "clásicos" era lo peor que podían decir de uno de sus tintos.

El "Neoclasicismo" es el siguiente grado de evolución. Aunque estrictamente ninguna bodega se mantiene estática. Pero nuestros neoclásicos van más allá. Son aquellas bodegas históricas que han abierto sus puertas de una manera más clara e intencionada a la modernidad, la mayoría a través de la creación de una nueva marca que comulga con los presupuestos de los vinos de "alta expresión".

Pero además estas firmas han hecho evolucionar con gran cuidado sus vinos clásicos, no tanto como para perder a sus incondicionales de toda la vida, pero lo suficiente como para que complazcan a un consumidor que prueba habitualmente vinos de corte algo más moderno. Desde su punto de vista, estas etiquetas seguirán resultando "clásicas", pero probablemente se sorprendería si tuviera que comparar en igualdad de condiciones reservas que salieran al mercado hace 20 años con la última añada de esta bodega que haya llegado a su mesa.

¿Por qué no reivindicar entonces las virtudes de un clasicismo bien entendido? A fin de cuentas, forma parte de la historia de Rioja y es un espejo en el que también deberían mirarse los vinos modernos. Porque ¿quién sabe cuántos nuevos vinos con pretensiones de modernidad no acabarán coqueteando con los conceptos del pasado?



Al menos hay una característica que seguro que persiguen con ahínco: la capacidad demostrada de los mejores tintos de aguantar el paso del tiempo.

Casi todos los grandes nombres de los nuevos vinos riojanos se gestan en la década de los noventa. La extracción, los vinos con mucho color, mucha fruta y maderas nuevas, a partir de entonces casi siempre francesas, buscan resucitar la personalidad de la tempranillo e intentan hacerse eco del terroir; esto es, buscan una expresión que va mucho más allá del mero envejecimiento o crianza.

Las bodegas que elaboran vinos de calidad y altura en esta línea configuran la nueva élite del vino riojano; una élite en la que participará quien sepa readaptarse y lanzar al mercado alguna marca que se corresponda con estos planteamientos sin importar su origen o ascendencia. El resto, en estos momentos de efervescencia, apenas merece atención.

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