Monterrei, el renacimiento de la otra Ribera del Duero

Escrito porLuis Congil

Miércoles 02 de Septiembre de 2020

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En agosto de 2020, una antigua zona tradicional de producción de vino de la actual DO Monterrei, O Gargalo, acaba de compartir espacio en un portal de gastronomía líder en castellano con la bodega de Francis Ford Coppola en Sonoma -California- y con la de Brad Pitt en Chateau Miraval –Provenza-, junto con otras de Gerard Depardieu, Donald Trump y Sting, respectivamente en Burdeos, Virginia y la Toscana. Aunque la selección de todas ellas se basa en la fama de sus propietarios, como el modisto RobertoVerino en el caso de Terras do Gargalo, cabría preguntarse como es posible que un viñedo de la denominación más joven de Galicia, con apenas 25 años de historia, alcance semejante proyección internacional.

La respuesta nos la dan, como casi siempre en el mundo del vino, la geografía y la historia. Y además, el enorme trabajo de modernización desarrollado en el último cuarto de siglo en busca de una personalidad propia -y ferozmente diversa- por viticultores como José Luis Mateo (Adega Quinta da Muradella) “la punta de lanza que va abriendo el camino a los demás”, según Luis Gutiérrez, de The Wine Advocate, o Francisco Pérez Diéguez, “Xico de Mandín”, con su Couto Mixto que permite “beber la libertad” (El País), o Amadeo Salgado, de Pazo de Valdeconde, con sus “Setembros”, toda una revolución del “branding” o diseño de marca. Y así, cosechando resultados a un ritmo frenético, hasta completar las 27 bodegas que conforman la denominación de origen.

Crucial fue también el legado de dos los pioneros de la nueva y brillante etapa de la DO Monterrei, fallecidos ambos en 2017. Se trata de Jose Luiz Vaz Vilela, de Bodegas Ladairo, y Ernesto Atanes, el padre paúl que fue más de 40 años capellán de la colonia española en Londres, de “Crego e monaguillo”. Dos bodegas pujantes de amplia influencia por su impulso a la modernización en las zonas de O Rosal (Oímbra) y A Salgueira (Monterrei). La geografia nos revela que la comarca, con viñedos en los municipios ourensanos de Verín, Monterrei, Oímbra, Vilardevós, Riós y Castrelo do Val, presenta una transición atlántico-mesetaria que la convierten enn “la otra” Ribera del Duero.

 Y es que efectivamente, el río Támega –que comparte etimología con el Támesis o el Tambre- es el único gallego que vierte en la cuenca castellano-leonesa. Con una media de 750 mm de lluvia al año, y una insolación de 2.200 horas, y sus suelos aluviales y pizarrosos, Monterrei eleva el proceso de maduración de sus caldos a la categoría superior que el imaginario colectivo del mercado español reserva al carácter de la Ribera del Duero.

Por su parte, la historia nos presenta un territorio fuertemente vinculado a la producción de vino desde hace 2.000 años: desde el propietario romanizado que asentó su villae agrícola de A Muradella en Mourazos (Verín) al pie de la calzada que unía las unidades administrativas de Chaves (Aquas Flavias) y Ourense (Auria), hasta la viticultura de autoconsumo de los siglos previos a la industrialización -que habría de venir de manos de la “Cooperativa de Monterrey” (1965) y la DO Monterrei (1994)-pasando por los grandes propietarios eclesiásticos, como el monasterio benedictino de San Salvador de Celanova, o nobiliarios, principalmente el Condado de Monterrei.

La fecunda historia de este territorio dejó huellas en todas estas etapas. Sus montes custodian la red más prolija de lagares rupestes de una comarca española: más de 50, ubicados a pie de viñas e incluso en castros. Uno de los peores episodios de la viticultura europea, la filoxera, entró en Galicia por su territorio, concretamente por Vilardevós, en 1892. La concentración burguesa de la propiedad tras las desamortizaciones de bienes de la iglesia propiciaron que el siglo XX llegase con algunas explotaciones de buen tamaño –para la media gallega- y un incipiente comercio de abastecimiento extracomarcal con territorios limítrofes como Xinzo de Limia.

A principios del siglo XX, la media de consumo de vino se situaba, como en el resto de España, en cerca de los 90 litros por habitante y año. Hoy ronda los 8 litros. Un simple vistazo a la fotografía histórica que presenta una vista general de Verín a finales del siglo XIX muestra esta realidad: la villa está totalmente rodeada de viñedos. Excepción hecha del casco histórico, todo Verín era una viña.

 

Precisamente uno de esos grandes propietarios de Verín, el comerciante Recaredo Romero fundó en 1965 junto a otros emprendedores que querían impulsar una nueva dimensión enológica en la comarca la “Cooperativa de Monterrey”, con las mejores instalaciones del momento en la localidad de Albarellos. En dos décadas de expansión, llegó a comprar 4 millones de kilogramos de uva al año a 600 viticultores de la comarca. Sin embargo, en el último cuarto del siglo XX una produnda crisis se cernió sobre la comarca.

Tradicionalmente se achaca el abandono de buena parte de los viñedos a la emigración, la escasa rentabilidad de los cultivos y el cierre de la Cooperativa de Monterrey. Pese a la realidad de estos factores, es posible que tras todos ellos estuviese, como en otras zonas de Galicia, el cambio del patrón de gustos de los mercados, que ante la proximidad del siglo XXI comenzaron a ignorar los blancos ácidos de uva xerez y los tintos ultracorpóreos hechos con varias modalidades de garnacha, en detrimento de caldos más elaborados y auténticos.

Y ahí esperaba agazapada la fortaleza que habría de levantar a Monterrei. El 25 de noviembre de 1994 una Orden de la Xunta de Galicia aprobaba el reconocimiento administrativo de la Denominación de Orixe Monterrei, que pasó a ser la más joven de Galicia, aunque quizá es la que puede acreditar una mayor y más dilatada trayectoria histórica de viticultura. Sus reglamentos de creación contenía un panel de variedades que, con uvas como las blancas godello, treixadura y albariño, y las tintas mencía, araúxa (tempranillo) y merenzao, son un crisol y un escaparate de las mejores variedades de Galicia, toda una reserva de biodiversidad en el monopolizado panorama mundial.

Con toda Galicia dentro

El renacer de esta otra Ribera del Duero consiguió el milagro de meter a toda Galicia dentro de cada botella de Monterrei. No es solo que estas variedades sean las más valoradas de las viñas gallegas, sino que las seis restantes, algunas de ellas autóctonas del valle, aportan un poder y una energía como la de la loureira, el caíño blanco, la Doña Blanca, y el merenzao, el sousón y el caíño tinto.

Actualmente Monterrei vive un periodo de expansión y valoración creciente a nivel nacional e internacional. En 2020 alcanzó las 27 bodegas, con 5,6 millones de uva vendimiados en 2019 en sus casi 600 hectáreas de viña. De manos del esfuerzo modernización del Consello Regulador, la DO está valorada en 13 millones de euros, y en 2017 conjuntamente con el Concello de Verín abrió sus puertas en la capital comarcal un museo con monográficos de enología y un túnel descriptivo del vino de Monterrei.

Las zonas históricas de producción de la comarca, como Carregal, Costiña y Penelas, en O Rosal, y en Capoeiro, Cascalleira, San Ciprián y Ladairo, todos ellos en Oímbra, Mourazos, Tamagos –Marco Rachado y Lavazas- y Tamaguelos -Casares, Gándaras y San Roque-; y los de Os Carballiños, Malladas y Pousadoiro, en Mourazos (Verín), A Cabanca y Vales (os viños “do Casteliño, según Gerardo Dasairas) en Castrelo do Val, y muchos otros en los restantes municipios, cuentan ahora con un brillante horizonte de futuro.

Historia antigua

Una fría mañana de marzo de 1964 algo detuvo la azada de Vicente Torres mientras cavaba una de sus viñas en Mourazos, conocida como “A Muradella” a causa de los abundantes restos de muros y restos de construcciones antiguas. Extrajo del suelo arcilloso y aluvial de las proximidades del Támega lo que parecían dos figuras de hombre muy erosionadas, entrelazadas por la cintura. Pero ninguna representaba a un ser humano: una era un dios, la otra un sátiro. Él no lo sabía, pero acababa de hallar la primera evidencia de la cultura del vino en Monterrei.

En el lugar, posteriormente estudiado por el erudito local, don Xesús Taboada Chivite, se hallaron aperos agrícolas y canalizaciones. Era una villa agraria, establecida entre los siglos II y III de nuestra era en la fértil llanura que atravesaba, caminio del castro de Baroncelli, la romana “Vía do Támega”, una derivación de la Vía XVII entre las capitales de Bracara Augusta (Braga) y Asturica Augusta (Astorga). García Bellido no tardó en identificar el conjunto escultórico como una representación de Dionisos y Ampelos, el “dueto” mágico de exaltación de la euforia etílica y el vino.

La figura de Dionisos, importada desde ancestrales cultos orientales a través de Grecia, se identificó en Roma con otro antiguo dios agrícola, también “especializado” en el vino, el Liber Pater, al que los romanos llamaron Baco. La aparición del conjunto dedicado al dios del vino y a su amigo el sátiro transformado en cepa, sitúan en la quinta o castro romanizado de A Muradella la primera alusión cultural al vino de la historia de Galicia, y una de las primeras de España.

Posiblemente un funcionario o nativo romanizado erigió esta explotación entre Aquas Flavias (Chaves) y las tierras de Baroncelli para satisfacer la creciente demanda de vino, justo cuando avanzado el siglo II d.C. se registraba en Hispania una expansión del cultivo de viñas, tras la abolición de los decretos de Domiciano que prohibían las nuevas plantaciones fuera de Roma.

El “Dionisos y Ampelos” se custodia hoy en el Museo Arqueolóxico Provincial de Ourense, y el Museo de Verín expone una réplica divulgativa del mismo desde 2017, a raíz de la exposición “Dionisos, 2000 anos de viño en Monterrei”. La DO más joven de Galicia albergaba la primera obra de arte del vino de Galicia. A partir de entonces, todos los registros históricos apuntan a que la producción de vino ha continuando ininterrumpidamente hasta nuestros días en los territorios de la actual denominación de orixe.

Tras la romanización y la bajada de los habitantes de los castros a sus nuevos establecimientos en las llanuras del Támega, en algún momento entre los estretores del imperio romano y la consolidación de los reinos suevo y visigodo, el cultivo del vino se generalizó, como muestran los más de 50 lagares rupestres existentes –y visitables- labrados en afloramientos graníticos de toda la comarca.

Algunos ejemplos muy notables, como el lagarde Xan Petro, en Medeiros, han sido reconstruidos íntegramente, desde su “calcatorium” de piedra hasta las vigas de madera que sostenían el “torculum” que prensaba el vino. Estudiosos locales, como Eduardo Castro, arqueólogos como Alberte Reboreda, y personalidades de la cultura enológica de Galicia, como Luis y Alejandro Paadín con su libro “Las piedras que hacían vino” (Servino, 2017) han contribuido a catalogar y diseñar los itinerarios que, como la “Ruta de los lagares rupestres de Oímbra” actualmente constituyen un importante recurso turístico.

 

A “bico de lagar”

Muchas de estas instalaciones equipaban a las primitivas viñas de una herramienta para pagar “a bico de lagar” (a boca de lagar, en mosto recien exprimido) según los documentos medievales las rentas a los eclesiásticos propietarios de los terrenos. En el caso de Monterrei, el principal propietario fue un tal Rudesindus Guterri (Rosendo Gutiérrez), que pasaría a la historia como San Rosendo.

Este noble galaico, muñidor y hombre de confianza de varios reyes asturleoneses, fundó el monasterio de Celanova, y lo dotó con gran parte de las productivas tierras de Monterrei. Sucesivamente, propietarios locales fueron dejando en herencia más tierras a San Salvador de Celanova, como prueba la primera alusión documental al viñedo en Monterrei, sobre el año 950, de un matrimonio que dona al monasterio viñas de un lugar “qui dicitur Olimbriga”, es decir, Oímbra.

También tuvo su importancia el monarca Alfonso X “El Sabio”, que confirmó la población de la acrópolis de Monterrei (actual castillo) para contraponer su poder civil, precisamente, a la enorme influencia religiosa que había alcanzado Celanova.

En 1183, por su parte, la Carta Puebla de Verín incluía varias disposiciones legales sobre el uso y comercialización del vino. La peste negra, ya en el siglo XIV, según puso de relevancia el profesor de Historia Medieval de la USC José Miguel Andrade en las Jornadas “Do Viño de Galicia 2019” del Museo do Viño de Galicia, celebradas el 25 de octubre de 2019 en el Museo de Verín, abrió una inesperada vía de expansión del vino en este territorio. Como en el resto de Europa, la desaparición de más de la mitad de la población dejó numerosas tierras yermas, lo que permitió a órdenes religiosas y nuevos propietarios plantar viña nueva y expandir el cultivo, sustituyendo incluso tierras dedicadas antes a pumares de sidra, que desde entonces perdió la batalla contra el vino en Galicia.

La Casa de Monterrei y Felipe II

A finales del siglo XVI, la comarca de Monterrei había ganado una enorme influencia política en la corte de Felipe II, tras la ayuda militar prestada por Gaspar de Zúñiga, V conde de Monterrei, al rey entre otras lides para defender A Coruña del ataque del corsario inglés Francis Drake. Nombrado sucesivamente virrey de las dos américas de entonces (México y Perú) embarcó en 1595 con 80 criados de sus estados. Aunque sólo dos de ellos eran de Monterrei (de apellidos hoy aún reconocibles en la comarca: Ribera y Araújo) es presumible que la influencia de prácticas vitícolas o variedades dejase alguna huella en el nuevo continente.

La influencia de la Casa de Monterrei menguó con el tiempo, y la fragmentación de las grandes propiedades no impidió el cultivo para autoconsumo -vital para completar el aporte calórico de la dieta- de todos sus vecinos. Incluso en zonas en altura de Vilardevós o Monterrei, donde hoy no se encuentran viñedos, los topónimos o la presencia de pesos de lagar, frecuentemente utilizados como piedra angular de las casas, recuerdan el papel que jugó el vino.

En el siglo XVIII los viñedos eran omnipresentes en la comarca. En 1753 las entrevistas del catastro del Marqués de la Ensenada, realizadas en la entonces villa central de Pazos, reflejan cultivos de vid en casi todas las parroquias de la zona. Más tarde, en el siglo XIX, las desamortizaciones de bienes eclesiásticos propiciaron cierta concentración de la propiedad.

Viñas de mayor tamaño permitieron una incipiente industria vitícola para abastecer mercados cercanos, pero todas fueron zarandeadas, como en el resto de Galicia, por el oidium de 1845, la filoxera que entró por Vilardevós en 1892 y, por si fuera poco, la peste, yersinia pestis, que afectó tardiamente al norte de Portugal en 1899 y, aunque no afectó a la comarca, sembró de temor a todo Monterrei. Era el inicio de un siglo difícil, pero que culminaría con uno de los renacimientos más prometedores del vino europeo.

Salud, y viejas historias. Con vino.

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