Usar y tirar: la agonía de un modelo económico

Vivimos tiempos de revolución y zozobra en los que la "ortodoxia" económica resulta inoperante. Una ortodoxia soberbia, sorda, que nunca...

Carlos Lamoca Pérez

Martes 13 de Abril de 2021

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Vivimos tiempos de revolución y zozobra en los que la "ortodoxia" económica resulta inoperante. Una ortodoxia soberbia, sorda, que nunca previó el advenimiento de una  variable sanitaria catastrófica como la actual, tal vez porque los amos del universo, entendieron que nunca llegaría el tsunami hasta sus exclusivos "luxury tower". Con una pandemia mutante inyectamos día sí y día también miles de millones a la máquina de hacernos felices "como antes". ¿Y...? Para nuestra desesperación, no llegamos. No vamos a llegar. Los motores de la economía de siempre, antes tan eficaces, renquean, se ahogan, no responden al combustible tradicional. La financiación pública se pierde en tapar vías de agua, en pan para hoy y hambre para mañana. La confianza, esa flor tan frágil, se ha marchitado y será imposible que reviva mientras la aguja de marear se muestre tan falta de pericia en esta tempestad.

Quizá sea ese territorio del "hay que hacer algo" y la precipitación a qué conlleva, nuestro peor enemigo. La economía tal y como la hemos conocido, se nos muere. Ha bastado que un virus descontrolado nos envenene para que, un modelo económico basado en lograr el mayor lucro posible, deje de ser viable. Desde Bretton Woods hemos estado fabricando productos por encima de nuestras necesidades occidentales pero que, el mismo sistema del "yo te presto-tu me abres las fronteras", hacía que fueran absorbidos por los mercados emergentes. El invento funcionó hasta que los menesterosos ajenos comenzaron a consumir-exportar bienes propios. Y es que basar el sistema económico en algo tan absurdo tan anti-social e insolidario como es el consumo por el consumo, en el "usar y tirar", solo funciona en la medida en que existan masas de población dispuestas-doblegadas a no superar el nivel de supervivencia para que otros puedan despilfarrar. Crear empresas porque sí, crear macroestructuras productivas para inundar de bienes que no sabemos muy bien en qué, van a contribuir al bienestar de la humanidad, bienes que se venden porque nosotros mismos, creamos la necesidad, nos ha llevado a la necedad de establecer como componente necesario de todas las cataplasmas económicas que, el consumir por consumir, el consumir para crecer, es la pócima prodigiosa que nos va a sacar de la crisis. Claro, si antes funcionó ¿cómo no va a hacerlo ahora? Pues no funciona. Pero ahí estamos. Pretendiendo tirar abajo la pared, con la cabeza. Solo que no con la suya, sino, como siempre, con la nuestra.

Claro que habrá que consumir, pero para satisfacer las necesidades y no para despilfarrar y endeudarse. Claro que habrá que recuperar los márgenes empresariales pero los márgenes justos y debidos al esfuerzo y no a la codicia y la especulación. No van a ser las recetas clásicas las que nos salven. No van a ser las inyecciones de dinero público las que nos lleven a la otra orilla de esto. Ni tampoco una vacunación masiva y precipitada que lleva, en sí misma, el gen de la provisionalidad. No va a ser así. Y no va a ser así, porque en lo más profundo de esta crisis, palpita un núcleo absolutamente moral, un corazón de valores, de formas de vida que, insensatos, seguimos sin tener en cuenta.

Hemos tocado fondo. El sistema económico de producir lo más posible creando necesidades donde antes no las había o no se habían sentido, ha tocado fondo. El llamado "Estado del bienestar" se ha trastocado en un "Estado del más fuerte, más alto, más lejos", en un Estado del dinero como generador de dinero. En una máquina infernal dedicada a la destrucción del medio, al agotamiento de recursos, a la provocación de guerras para controlar las fuentes de materias primas y energías, en un cenáculo de intereses para mantener inmensas masas de pobreza que puedan acceder al consumo futuro de nuestras fábricas, en un miserable ectoplasma sin escrúpulos capaz de soportar la existencia de enormes segmentos de desolación y fracaso ante la no llegada de los recursos para sobrevivir, mientras celebra con Dom Perignom la última cuenta de resultados.

En un escenario sanitario-económico tan terriblemente preocupante, sonada una clase política de mentes a corto plazo para tomar conciencia de ello, los principios de solidaridad, de crecimiento sostenible, de redistribución de las riquezas del planeta, se muestran hoy como el único clavo ardiendo al que cabe enganchar los desafueros de nuestra codicia pasada. Nada volverá a ser como antes. Pretender lo contrario, pretender tomar solamente medidas económicas, pretender quemar el dinero en planes de la A a la Z, no nos llevará más que a ahondar en la insensatez. Dolorosamente, se están alumbrando unas formas de convivencia social absolutamente nuevas, desconocidas para el "ancien regime".Una manera de convivir que demandará una nueva manera de distribuir y en suma, un nuevo modelo económico, No entender esto, no asumirlo y consensuarlo entre todos, nos puede llevar a convulsiones sociales no deseadas  y por ello, catastróficas. Un parto doloroso, contra natura de la economía que conocimos. En algunos casos desgarrador, pero ineluctable e ineludible, por necesario.

Estúpidos, veleidosos, nos hemos comido los recursos de las próximas generaciones. Y, egoístas, patológicamente egoístas, pretendemos que los siguientes paguen nuestras trampas. O sea, que todo siga como siempre. O sea, que "la nueva normalidad" que esa es la pamema y el argumento del timo, sea el nuevo marco en el que seguir siendo lo que antes, éramos. Pero resulta que, no va a poder ser. Pero resulta que, no vamos a poder frenar la que se nos viene encima. Y no vamos a poder, no porque nos hayamos convencido de la inutilidad de nuestras terapias convencionales, sino porque al final, en este desastre económico-moral, solo vamos a disponer de una puerta abierta: La de la ética. La de la equidad y la justicia en las relaciones económicas.

Seguir firmando acuerdos de papel mojado, planes A, B, C, D....Z y vuelta a empezar, sin apreciar que, luego de todo, luego que se apagan los focos, volvemos a estar donde estábamos, es decir, no se sabe dónde y lo que es más grave, no se sabe por qué, transmite tal carga de desconfianza y descrédito que, mejor sería cerrar los micrófonos, apagar los megapíxeles y callar. Para, inmediatamente de atracar el barco en el puerto del silencio propagandístico, calafatearlo con la brea segura del ahorro, del esfuerzo, del sacrificio, de la productividad y de los pies en el suelo. Solo así cabe refundar algo. Solo así podremos volver a abrir los mercados.

Nuestra clase política dirigente, temerosa del vértigo, todavía remecida en esa especie de feria de vanidades en que convierte todo lo que toca, continúa aplicando cataplasmas a un virus que sigue siendo incapaz de diagnosticar. Y puede que esas cataplasmas pseudo-keynesianas vuelvan a tirar del crecimiento, pero aparentemente. El brazo seguirá estando enfermo y más tarde que temprano, volverá a necrosarse con sus propias contradicciones éticas.

Hemos marginado los valores humanos en el mercado y la pandemia nos ha puesto en el sitio que nos merecemos. Hemos olvidado que hay que producir para satisfacer las necesidades humanas, para impedir la pobreza y nos hemos lanzado a una loca carrera del consumo por el consumo que amenaza acabar con el planeta. Vivimos para hoy y solo para hoy, aferrados a nuestro fin del mundo particular, envenenando el aire que habrán de respirar nuestros hijos con el metano de nuestra descomposición moral. Y, de eso, de esa depredación sin precedentes del planeta, se nos exigirá responsabilidad. No lo dudemos.

Carlos Lamoca Pérez
Inspector de Hacienda del Estado.
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