Albania recupera su antigua tradición vinícola

Los vinos albaneses están atrayendo cada vez a más consumidores locales por su buena calidad y los sabores particulares de las variedades autóctonas, dignos de competir incluso en los mercados internacionales.

Viernes 27 de Octubre de 2017

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KokomaniViñedos de la bodega Kokomani

El clima mediterráneo de la región costera con 300 días soleados al año, las tierras alcalinas ricas en minerales que favorecen el crecimiento de las variedades autóctonas, y la introducción de las técnicas modernas han aumentado la producción vinícola año tras año.

Albania, con una antigua tradición vinícola, ha logrado triplicar su superficie de viñedos en los últimos veinte años, y en 2016 contó ya con unas 10.000 hectáreas y una producción de 22.000 hectolitros de vinos locales.

Esta industria está avanzando gracias a la pasión de algunos jóvenes emprendedores que están invirtiendo y aplicando en el país sus experiencias obtenidas en el exterior.

Uno de ellos es Levent Nurellari, de 27 años, que después de haber hecho un máster en enología en Verona y haber trabajado en algunas bodegas de esa región italiana, volvió a su país en 2012 para apoyar a sus familiares en este negocio.

"En 2013 dejamos atrás un pasado primitivo. Hemos logrado afianzarnos en el mercado con nuestros vinos Nurellari gracias a mi contribución y las inversiones que hicimos en nuevas tecnologías", explica a Efe Nurellari en su bodega, situada en el pueblo sureño de Fushe-Peshtan.

La familia Nurellari ha invertido 450.000 euros -el 40 % eran subvenciones del Estado- en la modernización de su bodega y en revitalizar las tierras "dormidas" de sus antepasados.

De cerca de media hectárea de viñedos que tenían cuando comenzaron en 2002 y una producción anual de unas mil botellas, la familia ha pasado a tener 5 hectáreas y producir unas 25.000 botellas, en su mayoría vino tinto.

Este éxito se lo debe a la alta calidad del vino de variedades autóctonas de la zona como Pulsi y Debina e Bardhe (vinos blancos) y Serina e zeze (vino tinto).

Con Pulsi ganaron el año pasado en Bulgaria la medalla de plata en una competición balcánica, mientras que con el tinto de la Reserva Superior de 2013, se llevaron la de oro en dos concursos celebrados en Albania en 2015 y 2016.

"Trabajar con vinos es magia y misterio. Me cansa mucho, pero me gusta tanto que el esfuerzo no tiene precio", dice este enólogo convertido en ejemplo para los jóvenes de su pueblo.

Retos de futuro

"Nuestro reto para el futuro es ampliar los viñedos hasta las 30 hectáreas, convencer a los consumidores albaneses de que beban vinos albaneses y competir en calidad con los vinos italianos y españoles", afirma.

Los vinos producidos por las bodegas Arberi, Kokomani, Belba, Bardha, Rilindja, entre otras, de uvas autóctonas como Sheshi i Bardhe, Shesh i Zi, Kallmet o Pamid pueden competir con los mejores vinos importados (que ocupan el 70 % del mercado albanés) de prestigiosas bodegas italianas, francesas y españolas.

Según Blerim Kokomani de la bodega Kokomani, la fragmentación de la tierra, el problema con los títulos de propiedad, los altos aranceles, el mercado caótico e ilegal y la falta de subvenciones estatales obstaculizan la producción vinícola nacional.

"Albania ha sido una tierra antigua de viñas y vinos. Los fenicios plantaron aquí viñas antes de pasar por Roma y España", explica Petraq Sotiri, uno de los mejores enólogos del país.

También en el Medievo el vino era una bebida muy popular, pero cuando los otomanos conquistaron en el siglo XV el país y la mayoría de la población se convirtió al islam, prohibieron su consumo y destruyeron en masa los viñedos.

El consumo de vino continuó solo en algunas regiones aisladas católicas del norte, adonde los otomanos no pudieron llegar.

La vinicultura tomó un nuevo impulso durante la época comunista, entre 1944 y 1991, con la creación de 16 plantas de vino estatales, que explotaban 20.000 hectáreas de viñedos con 5 millones de vides, respecto a 2.000 hectáreas y un millón de vides que el país contaba al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero las destrucción masiva de los años posteriores a la caída del comunismo, desde 1992 hasta 1995, acabaron con las fábricas y los viñedos que se redujeron a 3.000 hectáreas causando al sector pérdidas catastróficas de 340 millones de dólares (unos 265 millones de euros).

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