Andrea Extremiana - Logroño
Viernes 05 de Julio de 2013
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El visitante, a través de este recorrido, se ve inmerso en plena Edad Media, a lo que ayudan las vestimentas de los dos guías, que representan a un narrador y un músico de la época, y su forma de hablar, donde predomina el romance y el verso.
El Calado de San Gregorio es la primera parada de estas visitas organizadas por el Ayuntamiento de Logroño, que proponen una vuelta al siglo XVI, época de esplendor del vino y la transformación de los visitantes en trabajadores y arrieros de esta época.
En el calado grande, el narrador y el músico comienzan el viaje al siglo XVI y explican que era el lugar idóneo para dejar las odres de vino, destinadas al comercio exterior, ya que este espacio era el más grande y poseía un pozo natural, que ayudaba a que se mantuvieran frescas y húmedas.
El calado largo conecta con la calle Ruavieja, en la que comerciantes y trabajadores se juntaban en las tabernas para descansar de la dura jornada de trabajo y degustar el vino que, al son de coplas y romances, acompañaban.
Durante la Edad Media, la ciudad no tuvo un gran desarrollo urbanístico, por lo que el alumbrado, los desagües y el empedrado no formó parte del día a día de los logroñeses hasta la Edad Moderna.
A pesar del paso de los años y las diversas transformaciones de la calle, Ruavieja ha visto pasar infinidad de transeúntes, sobre todo a partir del siglo XIII, cuando el Camino de Santiago adquirió una mayor relevancia y atrajo a muchos extranjeros, tantos que a lo largo del siglo siguiente había un alto porcentaje de personas provenientes de flandes.
La segunda etapa del trayecto se sitúa en el Espacio Lagares, en el que los juglares explican el proceso de elaboración del vino, que no era tan metódico e higiénico como ahora, por lo que los trabajadores tuvieron que "inventar" toda una industria de productos aromatizantes.
La producción y el comercio de vino era tan grande que permitió a muchas familias enriquecerse con este comercio, como es el caso de la familia Yanguas, cuya casa es la tercera y última etapa de esta visita guiada.
La casona, que se encuentra en la calle Mercaderes, ha sufrido a lo largo del tiempo importantes incendios, haciendo que de ella solo queden algunos detalles de la fachada y el arco que separaba el patio de caballerizas del resto.
En este arco se encuentra aún el escudo de la familia, el busto de un anciano como símbolo de sabiduría y el de una mujer con una mano en el pecho como símbolo de opulencia.
Otra de las razones por la que la casona no conserva la estructura propia de una familia rica se debe a las numerosas utilidades que ésta ha tenido tras el viaje de la familia a Madrid en el siglo XVII, según explican los narradores.
La visita finaliza en el calado corto de la casa, donde se representa una copla típica de la época y se realiza una pequeña cata de treinta segundos, en la que se enseñan los pasos más importantes para reconocer qué tipo de vino se presenta.
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